cuentos medievales Santiago Moncada Silva | Page 15
El laberinto del Minotauro
Hace mucho, muchísimo tiempo, vivía en Grecia un joven y valiente príncipe llamado
Teseo. Su padre era el rey Egeo y gobernaba la hermosa ciudad de Atenas.
Un día bajó Teseo al puerto y vio a un grupo de gente llorando. Siete muchachos y siete
doncellas eran llevados, con las manos atadas, a bordo de un barco de velas negras.
—¿Quién es esa gente que hay en el muelle? —preguntó Teseo a un marinero.
El laberinto del minotauro
El laberinto del minotauro
—Son los familiares de las catorce víctimas que van a ser sacrificadas. ¿Ves a esos siete
muchachos y siete doncellas? Serán enviados a Creta. ¡Pobrecillos, cómo les
compadezco!
—¿Por qué? ¿Pues qué les sucederá?
—¿Pero no lo sabes, chico? ¡Serán ofrecidos como alimento al terrible Minotauro que
vive en el laberinto!
Teseo había oído hablar del Minotauro, ¡el horrendo monstruo con cuerpo de gigante y
cabeza de toro! Poseía unos cuernos temibles y unos dientes enormes, y habitaba en un
vasto laberinto en los sótanos del palacio de Creta, devorando a seres humanos. Tan
numerosos eran los pasadizos del laberinto, que nadie que penetraba en él conseguía
hallar la salida.
Teseo regresó apresuradamente al palacio de su padre.
—¡Padre! —exclamó—. Acabo de ver a catorce jóvenes atenienses a bordo de un barco
que se dirige a Creta. ¿Por qué los enviamos para ser sacrificados a esa terrorífica bestia,
el Minotauro?
—Porque hace mucho tiempo, hijo mío, hubo una guerra entre Atenas y Creta. Atenas
fue derrotada, y desde entonces debemos enviar un tributo a Creta cada siete años, ¡un
tributo de sacrificios humanos! Si no enviamos a esos siete jóvenes y siete doncellas
para que sean devorados por el Minotauro, el rey de Creta nos volverá a declarar la
guerra y muchos de los nuestros morirán.
El laberinto del minotauro
El laberinto del minotauro
—¿Y no podría alguien dar muerte al Minotauro? —preguntó Teseo.
—Nadie ha salido nunca del laberinto con vida. O les mata el Minotauro, o se pierden
para siempre en el laberinto.
Teseo regresó corriendo al puerto y se acercó al barco de las velas negras, donde
aguardaban los muchachos y las doncellas. Sus familiares y amigos seguían sollozando
en el muelle.
—¡Pueblo de Atenas! —gritó Teseo—. ¡No lloréis, yo iré a Creta para acabar con el
Minotauro!
Con estas palabras, Teseo subió a bordo y zarpó rumbo a Creta.