Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
Blancanieve y Rojarosa
Una pobre mujer vivía en una cabaña en medio del campo; en un huerto situado delante de la
puerta, había dos rosales, uno de los cuales daba rosas blancas y el otro rosas encarnadas. La viuda
tenía dos hijas que se parecían a los dos rosales, la una se llamaba Blancanieve y la otra Rojarosa.
Eran las dos niñas lo mas bueno, obediente y trabajador que se había visto nunca en el mundo, pero
Blancanieve tenía un carácter más tranquilo y bondadoso; a Rojarosa le gustaba mucho más correr
por los prados y los campos en busca de flores y de mariposas. Blancanieve, se quedaba en su casa
con su madre, la ayudaba en los trabajos domésticos y le leía algún libro cuando habían acabado su
tarea. Las dos hermanas se amaban tanto, que iban de la mano siempre que salían, y cuando decía
Blancanieve: -No nos separaremos nunca, contestaba Rojarosa: -En toda nuestra vida; y la madre
añadía: -Todo debería ser común entre vosotras dos.
Iban con frecuencia al bosque para coger frutas silvestres, y los animales las respetaban y se
acercaban a ellas sin temor. La liebre comía en su mano, el cabrito pacía a su lado, el ciervo
jugueteaba delante de ellas, y los pájaros, colocados en las ramas, entonaban sus más bonitos
gorjeos.
Nunca les sucedía nada malo; si las sorprendía la noche en el bosque, se acostaban en el musgo una
al lado de la otra y dormían hasta el día siguiente sin que su madre estuviera inquieta.
Una vez que pasaron la noche en el bosque, cuando las despertó la aurora, vieron a su lado un niño
muy hermoso, vestido con una túnica de resplandeciente blancura, el cual les dirigió una mirada
amiga, desapareciendo en seguida en el bosque sin decir una sola palabra. Vieron entonces que se
habían acostado cerca de un precipicio, y que hubieran caído en él con solo dar dos pasos más en
la oscuridad. Su madre les dijo que aquel niño era el Ángel de la Guarda de las niñas buenas.
Blancanieve y Rojarosa tenían tan limpia la cabaña de su madre, que se podía cualquiera mirar
en ella. Rojarosa cuidaba en verano de la limpieza, y todas las mañanas, al despertar, encontraba
su madre un ramo, en el que había una flor de cada uno de los dos rosales. Blancanieve encendía
la lumbre en invierno y colgaba la marmita en los llares, y la marmita, que era de cobre amarillo,
brillaba como unas perlas, de limpia que estaba. Cuando nevaba por la noche, decía la madre:
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