Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
Al cabo de poco rato, ya anochecido, regresaron los siete enanos. Imagínense su susto cuando
vieron tendida en el suelo a su querida Blancanieves, sin moverse, como muerta. Corrieron a
incorporarla y viendo que el lazo le apretaba el cuello, se apresuraron a cortarlo. La niña comenzó
a respirar levemente, y poco a poco fue volviendo en sí. Al oír los enanos lo que había sucedido,
le dijeron:
-La vieja vendedora no era otra que la malvada Reina. Guárdate muy bien de dejar entrar a nadie,
mientras nosotros estemos ausentes.
La mala mujer, al llegar a palacio, corrió ante el espejo y le preguntó:
-Espejito en la pared, dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa? -y respondió el espejo,
como la vez anterior:
-Señora Reina, eres aquí como una estrella; pero mora en la montaña, con los enanitos, Blancanieves,
que es mil veces más bella.
Al oírlo, del despecho, toda la sangre le afluyó al corazón, pues supo que Blancanieves continuaba
viviendo. “Esta vez -se dijo- idearé una trampa de la que no te escaparás”, y valiéndose de las artes
diabólicas en que era maestra, fabricó un peine envenenado. Luego volvió a disfrazarse, adoptando
también la figura de una vieja, y se fue a las montañas y llamó a la puerta de los siete enanos.
-¡Buena mercancía para vender! -gritó.
Blancanieves, asomándose a la ventana, le dijo:
-Sigue tu camino, que no puedo abrirle a nadie.
-¡Al menos podrás mirar lo que traigo! -respondió la vieja y, sacando el peine, lo levantó en el aire.
Pero le gustó tanto el peine a la niña que, olvidándose de todas las advertencias, abrió la puerta.
Cuando se pusieron de acuerdo sobre el precio dijo la vieja:
-Ven que te peinaré como Dios manda.
La pobrecilla, no pensando nada malo, dejó hacer a la vieja; mas apenas hubo ésta clavado el peine
en el cabello, el veneno produjo su efecto y la niña se desplomó insensible.
-¡Dechado de belleza -exclamó la malvada bruja-, ahora sí que estás lista! -y se marchó.
Pero, afortunadamente, faltaba poco para la noche, y los enanitos no tardaron en regresar.
Al encontrar a Blancanieves inanimada en el suelo, enseguida sospecharon de la madrastra y,
buscando, descubrieron el peine envenenado. Se lo quitaron rápidamente y, al momento, volvió la
niña en sí y les explicó lo ocurrido. Ellos le advirtieron de nuevo que debía estar alerta y no abrir
la puerta a nadie.
La Reina, de regreso en palacio, fue directamente a su espejo:
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