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Cuentos de los Herm anos Grimm EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL costa rica Dijeron los enanos: -¿Quieres cuidar de nuestra casa? ¿Cocinar, hacer las camas, lavar, remendar la ropa y mantenerlo todo ordenado y limpio? Si es así, puedes quedarte con nosotros y nada te faltará. -¡Sí! -exclamó Blancanieves-. Con mucho gusto -y se quedó con ellos. A partir de entonces, cuidaba la casa con todo esmero. Por la mañana, ellos salían a la montaña en busca de mineral y oro, y al regresar, por la tarde, encontraban la comida preparada. Durante el día, la niña se quedaba sola, y los buenos enanitos le advirtieron: -Guárdate de tu madrastra, que no tardará en saber que estás aquí. ¡No dejes entrar a nadie! La Reina, entretanto, desde que creía haberse comido los pulmones y el hígado de Blancanieves, vivía segura de volver a ser la primera en belleza. Se acercó un día al espejo y le preguntó: -Espejito en la pared, dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa? -y respondió el espejo: -Señora Reina, eres aquí como una estrella; pero mora en la montaña, con los enanitos, Blancanieves, que es mil veces más bella. La Reina se sobresaltó, pues sabía que el espejo jamás mentía, y se dio cuenta de que el cazador la había engañado, y que Blancanieves no estaba muerta. Pensó entonces en otra manera de deshacerse de ella, pues mientras hubiese en el país alguien que la superase en belleza, la envidia no la dejaría reposar. Finalmente, ideó un medio. Se tiznó la cara y se vistió como una vieja buhonera, quedando completamente desconocida. Así disfrazada se dirigió a las siete montañas y, llamando a la puerta de los siete enanitos, gritó: -¡Vendo cosas buenas y bonitas! Se asomó Blancanieves a la ventana y le dijo: -¡Buenos días, buena mujer! ¿Qué traes para vender? -Cosas finas, cosas finas -respondió la Reina-. Lazos de todos los colores -y sacó uno trenzado de seda multicolor. “Bien puedo dejar entrar a esta pobre mujer”, pensó Blancanieves y, abriendo la puerta, compró el primoroso lacito. -¡Qué linda eres, niña! -exclamó la vieja-. Ven, que yo misma te pondré el lazo. Blancanieves, sin sospechar nada, se puso delante de la vendedora para que le atase la cinta alrededor del cuello, pero la bruja lo hizo tan bruscamente y apretando tanto, que a la niña se le cortó la respiración y cayó como muerta. -¡Ahora ya no eres la más hermosa! -dijo la madrastra y se alejó precipitadamente. 276