Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
Blancanieves
Era un crudo día de invierno, y los copos de nieve caían del cielo como blancas plumas. La Reina
cosía junto a una ventana, cuyo marco era de ébano. Y como mientras cosía miraba caer los copos,
con la aguja se pinchó un dedo, y tres gotas de sangre fueron a caer sobre la nieve. El rojo de la
sangre se destacaba bellamente sobre el fondo blanco, y ella pensó: “¡Ah, si pudiere tener una hija
que fuere blanca como nieve, roja como la sangre y negra como el ébano de esta ventana!”. No
mucho tiempo después le nació una niña que era blanca como la nieve, sonrosada como la sangre
y de cabello negro como la madera de ébano; y por eso le pusieron por nombre Blancanieves. Pero
al nacer ella, murió la Reina.
Un año más tarde, el Rey volvió a casarse. La nueva Reina era muy bella, pero orgullosa y altanera,
y no podía sufrir que nadie la aventajase en hermosura. Tenía un espejo prodigioso, y cada vez que
se miraba en él, le preguntaba:
-Espejito en la pared, dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa? -y el espejo le
contestaba, invariablemente:
-Señora Reina, eres la más hermosa en todo el país.
La Reina quedaba satisfecha, pues sabía que el espejo decía siempre la verdad. Blancanieves fue
creciendo y se hacía más bella cada día. Cuando cumplió los siete años, era tan hermosa como la
luz del día y mucho más que la misma Reina. Al preguntar ésta un día al espejo:
-Espejito en la pared, dime una cosa: ¿quién es de este país la más hermosa? -respondió el espejo:
-Señora Reina, tú eres como una estrella, pero Blancanieves es mil veces más bella.
Se espantó la Reina, palideciendo de envidia y, desde entonces, cada vez que veía a Blancanieves
sentía que se le revolvía el corazón; tal era el odio que abrigaba contra ella. Y la envidia y la
soberbia, como las malas hierbas, crecían cada vez más altas en su alma, no dejándole un instante
de reposo, de día ni de noche.
Finalmente, llamó un día a un servidor y le dijo:
273