Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
Con su segunda esposa tuvo una hija, y ya dijimos que del primer matrimonio le había quedado
un niño rojo como la sangre y blanco como la nieve. Al ver la mujer a su hija, quedó prendada
de ella; pero cuando miraba al pequeño, los celos le oprimían el corazón; le parecía que era un
estorbo continuo, y no pensaba sino en tratar que toda la fortuna quedase para su hija. El demonio
le inspiró un odio profundo hacia el niño; empezó a mandarlo de un rincón a otro, tratándolo a
empujones y codazos, por lo que el pobre pequeñito vivía en constante sobresalto. Cuando volvía
de la escuela, no había un momento de reposo para él.
Un día en que la mujer estaba en el piso de arriba, acudió su hijita y le dijo:
-¡Mamá, dame una manzana!
-Sí, hija mía -asintió la madre, y le ofreció una muy hermosa que sacó del arca. Pero aquella arca
tenía una tapa muy grande y pesada, con una cerradura de hierro ancha y cortante.
-Mamá, -prosiguió la niña- ¿no podrías darle también una al hermanito?
La mujer hizo un gesto de mal humor, pero respondió:
-Sí, cuando vuelva de la escuela.
Y he aquí que cuando lo vio venir desde la ventana, como si en aquel mismo momento hubiese
entrado en su alma el demonio, quitando a la niña la manzana que le diera, le dijo:
-¡No vas a tenerla tú antes que tu hermano!
Y volviendo el fruto al arca, la cerró. Al llegar el niño a la puerta, el maligno le inspiró que lo
acogiese cariñosamente:
-Hijo mío, ¿te apetecería una manzana? -preguntó al pequeño, mirándolo con ojos coléricos.
-Mamá, -respondió el niño- ¡pones una cara que me asusta! ¡Sí, quiero una manzana!
Y la voz interior del demonio le hizo decir:
-Ven conmigo, -y levantando la tapa de la caja- agárralo tú mismo.
Y al inclinarse el pequeño, volvió a tentarla el diablo. De un golpe brusco cerró el arca con
tanta violencia, que cortó en redondo la cabeza del niño, la cual cayó entre las manzanas. En el
mismo instante sintió la mujer una gran angustia y pensó: “¡Ojalá no lo hubiese hecho!” Bajó a su
habitación y sacó de la cómoda un paño blanco; colocó nuevamente la cabeza sobre el cuello, le
ató el paño a modo de bufanda, de manera que no se notara la herida y sentó al niño muerto en una
silla delante de la puerta, con una manzana en la mano.
Mas tarde, Marlenita entró en la cocina, en busca de su madre. Ésta estaba junto al fuego y agitaba
el agua hirviendo que tenía en un puchero.
260