Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
un dedo y pusiera la mano en un espino. Luego arrojó el huso al pozo y a continuación saltó ella.
Llegó, como su hermanastra, al delicioso prado, y echó a andar por el mismo sendero. Al pasar
junto al horno, volvió el pan a exclamar:
-¡Sácame de aquí! ¡Sácame de aquí, que me quemo! Ya estoy bastante cocido.
Pero le replicó la holgazana:
-¿Crees que tengo ganas de ensuciarme? -y pasó de largo. No tardó en encontrar el manzano, el
cual le gritó:
-¡Sacúdeme, sacúdeme! Todas las manzanas estamos ya maduras.
Replicóle ella:
-¡Me guardaré muy bien! ¿Y si me cayese una en la cabeza? -y siguió adelante. Al llegar frente a
la casa de Madre Nieve, no se asustó de sus dientes porque ya tenía noticia de ellos, y se quedó a
su servicio. El primer día se dominó y trabajó con aplicación, obedeciendo puntualmente a su ama,
pues pensaba en el oro que iba a regalarle. Pero al segundo día empezó ya a haraganear; el tercero
se hizo la remolona al levantarse por la mañana, y así, cada día peor. Tampoco hacía la cama según
las indicaciones de Madre Nieve, ni la sacudía de manera que volasen las plumas. Al fin, la señora
se cansó y la despidió, con gran satisfacción de la holgazana, pues creía llegada la hora de la lluvia
de oro. Madre Nieve la condujo también al portal; pero en vez de oro vertieron sobre ella un gran
caldero de brea.
-Esto es el pago de tus servicios -le dijo su ama, cerrando el portal. Y así se presentó la perezosa en
su casa, con todo el cuerpo cubierto de brea, y el gallo del pozo, al verla, se puso a gritar:
“¡Quiquiriquí,
nuestra sucia doncella vuelve a estar aquí!”
La brea le quedó adherida, y en todo el resto de su vida no se la pudo quitar del cuerpo.
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