Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
-Tus vestidos, tus perlas y piedras preciosas y tu corona de oro no me sirven de nada; pero si me
prometes amarme y tenerme a tu lado como amiga y compañera en tus juegos, sentarme contigo a
tu mesa, darme de beber en tu vaso de oro, de comer en tu plato y acostarme en tu cama, yo bajaré
al fondo de la fuente y te traeré tu bola de oro.
-¡Ah! -le dijo-; te prometo todo lo que quieras, si me devuelves mi bola de oro.
Pero pensó para sí: « ¡Cómo charla esa pobre rana! Porque canta en el agua entre sus iguales, se
figura que puede ser compañera de los hombres. »
La rana, en cuanto hubo recibido la promesa, hundió su cabeza en el agua, bajó al fondo y un rato
después apareció de nuevo, llevando en la boca la bola, que arrojó en la yerba. La hija del rey, llena
de alegría en cuanto vio su hermoso juguete, lo cogió y se marchó con él saltando.
-¡Espera, espera! -le gritó la rana-. Llévame contigo; yo no puedo correr como tú.
Pero de poco le sirvió gritar lo más alto que pudo, pues la princesa no le hizo caso, corrió hacia su
casa y olvidó muy pronto a la pobre rana, que tuvo que quedarse en su fuente.
Al día siguiente, cuando se sentó a la mesa con el rey y los cortesanos, y cuando comía en su plato
de oro, oyó subir una cosa, por la escalera de mármol, que cuando llegó arriba, llamó a la puerta
y dijo:
-Hija del rey, la más pequeña, ábreme.
Se levantó la princesa y quiso ver quién estaba fuera; pero, en cuanto abrió, vio a la rana en su
presencia. Cerró la puerta corriendo, se sentó en seguida a la mesa y se puso muy triste. El rey al
ver su tristeza le preguntó:
-Hija mía, ¿qué tienes? ¿Hay a la puerta algún gigante y viene a llevarte?
-¡Ah, no! -contestó-; no es ningún gigante, sino una fea rana.
-¿Para qué te quiere la rana?
-¡Ay, amado padre! Cuando estaba yo ayer jugando en el bosque, junto a la fuente, se me cayó al
agua mi bola de oro. Y como yo lloraba, fue a buscarla la rana, después de exigirme como promesa,
que sería mi compañera; pero nunca creí que pudiera salir del agua. Ahora ha salido ya y quiere
entrar.
Entre tanto llamaba por segunda vez diciendo:
-Hija del rey, la más pequeña, ábreme; ¿no sabes lo que me dijiste ayer junto a la fría agua de la
fuente? Hija del rey, la más pequeña, ábreme.
Entonces dijo el rey:
-Debes cumplirle lo que le has prometido, ve y ábrele.
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