Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
La niña se quedó en casa con Benjamín para ayudarle en los quehaceres domésticos, mientras los
otros once salían al bosque a cazar corzos, aves y palomitas para llenar la despensa. Benjamín y la
hermanita cuidaban de guisar lo que traían.
Ella iba a buscar leña para el fuego, y hierbas comestibles, y cuidaba de poner siempre el puchero
en el hogar a tiempo, para que al regresar los demás encontrasen la comida dispuesta. Ocupábase
también de la limpieza de la casa y lavaba la ropa de las camitas, de modo que estaban en todo
momento pulcras y blanquísimas. Los hermanos hallábanse contentísimos con ella y así vivían
todos en gran unión y armonía. He aquí que un día los dos pequeños prepararon una sabrosa comida
y cuando todos estuvieron reunidos, celebraron un verdadero banquete; comieron y bebieron, más
alegres que unas pascuas.
Pero ocurrió que la casita encantada tenía un jardincito, en el que crecían doce lirios de esos que
también se llaman “estudiantes.” La niña, queriendo obsequiar a sus hermanos, cortó las doce
flores, para regalar una a cada uno durante la comida. Pero en el preciso momento en que acabó
de cortarlas, los muchachos se transformaron en otros tantos cuervos, que huyeron volando por
encima del bosque, al mismo tiempo que se esfumaba también la casa y el jardín. La pobre niña
se quedó sola en plena selva oscura y al volverse a mirar a su alrededor, encontróse con una vieja
que estaba a su lado y que le dijo:
-Hija mía. ¿Qué has hecho? ¿Por qué tocaste las doce flores blancas? Eran tus hermanos y ahora
han sido convertidos para siempre en cuervos.
A lo que respondió la muchachita, llorando:
-¿No hay, pues, ningún medio de salvarlos?
-No -dijo la vieja-. No hay sino uno solo en el mundo entero, pero es tan difícil que no podrás
libertar a tus hermanos: pues deberías pasar siete años como muda, sin hablar una palabra ni reír.
Una palabra sola que pronunciases, aunque faltara solamente una hora para cumplirse los siete
años y todo tu sacrificio habría sido inútil: aquella palabra mataría a tus hermanos.
Díjose entonces la princesita, en su corazón: “Estoy segura de que redimiré a mis hermanos.” Y
buscó un árbol muy alto, se encaramó en él y allí se estuvo hilando, sin decir palabra ni reírse
nunca.
Sucedió sin embargo, que entró en el bosque un Rey que iba de cacería. Llevaba un gran lebrel, el
cual echó a correr hasta el árbol que servía de morada a la princesita y se puso a saltar en derredor,
sin cesar en sus ladridos. Al acercarse el Rey y ver a la bellísima muchacha con la estrella en la
frente, quedó tan prendado de su hermosura que le preguntó si quería ser su esposa. Ella no le
respondió una palabra; únicamente hizo con la cabeza un leve signo afirmativo. Subió entonces el
Rey al árbol, bajó a la niña, la montó en su caballo y la llevó a palacio. Celebróse la boda con gran
solemnidad y regocijo, pero sin que la novia hablase ni riese una sola vez.
Al cabo de unos pocos años de vivir felices el uno con el otro, la madre del Rey, mujer malvada si
las hay, empezó a calumniar a la joven Reina, diciendo a su hijo:
228