CUENTOS HERMANOS GRIM cuentos_hermanos_grimm_edincr | Page 219

Cuentos de los Herm anos Grimm EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL costa rica Estuvo el Rey vagando durante todos aquellos siete años, buscando en todos los riscos y grutas, sin encontrarla en ninguna parte y ya pensaba que habría muerto de hambre. En todo aquel tiempo no comió ni bebió, pero Dios lo sostuvo. Por fin llegó a un gran bosque y en él descubrió la casita con el letrerito: “Aquí todo el mundo vive de balde.” Salió la blanca doncella y cogiéndolo de la mano, lo llevó al interior y le dijo: -Bienvenido, Señor Rey -y le preguntó luego de dónde venía. -Pronto hará siete años -respondió él- que ando errante en busca de mi esposa y de mi hijo; pero no los encuentro en parte alguna. El ángel le ofreció comida y bebida, pero él las rehusó, pidiendo sólo que lo dejasen descansar un poco. Tendióse a dormir y se cubrió la cara con un pañuelo. Entonces el ángel entró en el aposento en que se hallaba la Reina con su hijito, al que solía llamar Dolorido y le dijo: -Sal ahí fuera con el niño, que ha llegado tu esposo. Salió ella a la habitación en que el Rey descansaba y el pañuelo se le cayó de la cara, por lo que dijo la Reina: -Dolorido, recoge aquel pañuelo de tu padre y vuelve a cubrirle el rostro. Obedeció el niño y le puso el lienzo sobre la cara; pero el Rey, que lo había oído en sueños, volvió a dejarlo caer adrede. El niño, impacientándose, exclamó: -Madrecita, ¿cómo puedo tapar el rostro de mi padre, si no tengo padre ninguno en el mundo? En la oración he aprendido a decir: Padre nuestro que estás en los Cielos; y tú me has dicho que mi padre estaba en el cielo y era Dios Nuestro Señor. ¿Cómo quieres que conozca a este hombre tan salvaje? ¡No es mi padre! Al oír el Rey estas palabras, se incorporó y le preguntó quién era. Respondióle ella entonces: -Soy tu esposa y éste es Dolorido, tu hijo. Pero al ver el Rey sus manos de carne, replicó: -Mi esposa tenía las manos de plata. -Dios misericordioso me devolvió las mías naturales -dijo ella; y el ángel salió fuera y volvió en seguida con las manos de plata. Entonces tuvo el Rey la certeza de que se hallaba ante su esposa y su hijo y besándolos a los dos dijo fuera de sí de alegría: -¡Qué terrible peso se me ha caído del corazón! 219