Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
recibió una respuesta idéntica, ya que todas las veces el diablo cambió la carta que llevaba el
mensajero. En la última le ordenaba incluso que, en testimonio de que había cumplido el mandato,
guardase la lengua y los ojos de la Reina.
Pero la anciana madre, desolada de que hubiese de ser vertida una sangre tan inocente, mandó que
por la noche trajesen un ciervo, al que sacó los ojos y cortó la lengua. Luego dijo a la Reina:
-No puedo resignarme a matarte, como ordena el Rey; pero no puedes seguir aquí. Márchate con
tu hijo por el mundo y no vuelvas jamás.
Atóle el niño a la espalda, y la desgraciada mujer se marchó con los ojos anegados en lágrimas.
Llegado a un bosque muy grande y salvaje, se hincó de rodillas e invocó a Dios. Se le apareció
el ángel del Señor y la condujo a una casita, en la que podía leerse en un letrerito: “Aquí todo el
mundo vive de balde.” Salió de la casa una doncella, blanca como la nieve, que le dijo:
-Bienvenida, Señora Reina -y la acompañó al interior.
Desatándole de la espalda a su hijito, se lo puso al pecho para que pudiese darle de mamar, y
después lo tendió en una camita bien mullida. Preguntóle entonces la pobre madre:
-¿Cómo sabes que soy reina?
Y la blanca doncella, le respondió:
-Soy un ángel que Dios ha enviado a la tierra para que cuide de ti y de tu hijo.
La joven vivió en aquella casa por espacio de siete años, bien cuidada y atendida, y su piedad era
tanta, que Dios, compadecido, hizo que volviesen a crecerle las manos.
Finalmente, el Rey, terminada la campaña, regresó a palacio y su primer deseo fue ver a su esposa
e hijo. Entonces la anciana reina prorrumpió a llorar, exclamando:
-¡Hombre malvado! ¿No me enviaste la orden de matar a aquellas dos almas inocentes? -y mostróle
las dos cartas falsificadas por el diablo, añadiendo-: Hice lo que me mandaste y le enseñó la lengua
y los ojos.
El Rey prorrumpió a llorar con gran amargura y desconsuelo, por el triste fin de su infeliz esposa
y de su hijo, hasta que la abuela, apiadada, le dijo:
-Consuélate, que aún viven. De escondidas hice matar una cierva y guardé estas partes como
testimonio. En cuanto a tu esposa, le até el niño a la espalda y la envié a vagar por el mundo,
haciéndole prometer que jamás volvería aquí, ya que tan enojado estabas con ella.
Dijo entonces el Rey:
-No cesaré de caminar mientras vea cielo sobre mi cabeza, sin comer ni beber, hasta que haya
encontrado a mi esposa y a mi hijo, si es que no han muerto de hambre o de frío.
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