Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
se encontró con la pareja sana y llena de vida. Todos se alegraron sobremanera ante la inesperada
solución del triste caso. El joven príncipe se guardó las tres hojas de la serpiente y las entregó a su
criado, diciéndole:
-Guárdamelas con el mayor cuidado y llévalas siempre contigo. ¡Quién sabe si algún día podemos
necesitarlas!
Sin embargo, habíase producido un cambio en la resucitada esposa. Parecía como si su corazón
no sintiera ya afecto alguno por su marido. Transcurrido algún tiempo, quiso él emprender un
viaje por mar para ir a ver a su viejo padre, y los dos esposos embarcaron. Ya en la nave, olvidó
ella el amor y fidelidad que su esposo le mostrara cuando le salvó la vida y comenzó a sentir una
inclinación culpable hacia el piloto que los conducía. Y un día, en que el joven príncipe se hallaba
durmiendo, llamó al piloto y cogiendo ella a su marido por la cabeza y el otro por los pies, lo
arrojaron al mar. Cometido el crimen, dijo la princesa al marino:
-Regresemos ahora a casa; diremos que murió en ruta. Yo te alabaré y encomiaré ante mi padre en
términos tales, que me casará contigo y te hará heredero del reino.
Pero el fiel criado, que había asistido a la escena, bajó al agua un botecito sin ser advertido de
nadie y en él se dirigió, a fuerza de remos, al lugar donde cayera su señor, dejando que los traidores
siguiesen su camino. Sacó del agua el cuerpo del ahogado y con ayuda de las tres hojas milagrosas
que llevaba consigo y que aplicó en sus ojos y boca, lo restituyó felizmente a la vida.
Los dos se pusieron entonces a remar con todas sus fuerzas, de día y de noche, y con tal rapidez
navegaron en su barquita, que llegaron a presencia del Rey antes que la gran nave. Asombrado
éste al verlos regresar solos, preguntóles qué les había sucedido. Al conocer la perversidad de su
hija dijo:
-No puedo creer que haya obrado tan criminalmente; mas pronto la verdad saldrá a la luz del día -y
enviando a los dos a una cámara secreta, los retuvo en ella sin que nadie lo supiera.
Poco después llegó el barco y la impía mujer se presentó ante su padre con semblante de tristeza.
Preguntóle él:
-¿Por qué regresas sola? ¿Dónde está tu marido?
-¡Ay, padre querido! -exclamó la princesa-, ha ocurrido una gran desgracia. Durante el viaje mi
esposo enfermó súbitamente y murió y, de no haber sido por la ayuda que me prestó el patrón de
la nave yo también lo habría pasado muy mal. Estuvo presente en el acto de su muerte y puede
contároslo todo.
Dijo el Rey:
-Voy a resucitar al difunto -y abriendo el aposento, mandó salir a los dos hombres.
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