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Cuentos de los Herm anos Grimm EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL costa rica Comenzó entonces la reina a llorar, a rogarle y a lamentarse de tal modo que el hombrecito se compadeció de ella. -Te daré tres días de plazo -le dijo-. Si en ese tiempo consigues adivinar mi nombre te quedarás con el niño. La reina se pasó la noche tratando de recordar todos los nombres que oyera en su vida y como le parecieron pocos envió un mensajero a recoger, de un extremo a otro del país, los demás nombres que hubiese. Cuando el hombrecito llegó al día siguiente, empezó por Gaspar, Melchor y Baltasar, y fue luego recitando uno tras otro los nombres que sabía; pero el hombrecito repetía invariablemente: -¡No! Así no me llamo yo. Al segundo día la reina mandó averiguar los nombres de las personas que vivían en los alrededores del palacio y repitió al hombrecito los más curiosos y poco comunes. -¿Te llamarás Arbilino, o Patizueco, o quizá Trinoboba? Pero él contestaba invariablemente: -¡No! Así no me llamo yo. Al tercer día regresó el mensajero de la reina y le dijo: -No he podido encontrar un sólo nombre nuevo; pero al subir a una altísima montaña, más allá de lo más profundo del bosque, allá donde el zorro y la liebre se dan las buenas noches, vi una casita diminuta. Delante de la puerta ardía una hoguera y alrededor de ella un hombrecito ridículo brincaba sobre una sola pierna y cantaba: Hoy tomo vino y mañana cerveza, después al niño sin falta traerán. Nunca, se rompan o no la cabeza, el nombre Rumpelstilskin  adivinarán. ¡Imagínense lo contenta que se puso la reina cuando oyó este nombre! Poco después entró el hombrecito y dijo: -Y bien, señora reina, ¿cómo me llamo yo? -¿Te llamarás Conrado? -empezó ella. -¡No! Así no me llamo yo. 201