CUENTOS HERMANOS GRIM cuentos_hermanos_grimm_edincr | Page 182

Cuentos de los Herm anos Grimm EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL costa rica El gallo, en atención a la flaqueza de los recién llegados y del poco lugar que ocuparían por lo tanto, accedió a recibirlos, pero a condición de que no pinchasen a nadie. Por la noche, ya muy tarde, llegaron a una posada y como no querían exponerse pasándola en el camino, y el ánade estaba muy cansada decidieron entrar. El posadero puso en un principio muchas dificultades. La casa estaba llena de gente y los nuevos viajeros no le parecieron de una condición muy elevada, pero vencido al fin por sus buenas palabras y por la promesa que le hicieron de dejarle el huevo que acababa de poner la gallina en el camino, y aun el ánade, que ponía uno todos los días, accedió a recibirlos por aquella noche. Se hicieron servir a cuerpo de rey y la pasaron de broma. A la mañana siguiente, al despuntar el día, cuando todos dormían aun, despertó el gallo a la gallina y rompiendo el huevo a picotazos, se lo comieron entre los dos y echaron las cáscaras en la ceniza; fueron en seguida a coger la aguja, que dormía profundamente, y tomándola por el ojo, la pusieron en el sillón del posadero, haciendo lo mismo con el alfiler que prendieron en la toalla, después se salieron volando por la ventana. El ánade, que se había quedado en el corral para dormir, se levantó al oírlos, y metiéndose por un arroyo que pasaba por debajo de la pared, salió mucho más pronto de lo que había entrado la noche anterior cuando venía corriendo la posta. A las dos horas, poco más o menos, se levantó de la cama el posadero y después de haberse lavado, cogió la toalla para secarse; pero se arañó el rostro con el alfiler, que le hizo una señal encarnada que le cogía de oreja a oreja. Bajó enseguida a la cocina para encender la pipa, pero al soplar la lumbre, le saltaron a los ojos los restos de la cáscara del huevo. -Todo conspira hoy contra mí -se dijo a sí mismo. Y se dejó caer disgustado en su ancho sillón; mas pronto se levantó dando gritos, pues la aguja se le había clavado hasta más de la mitad; y no era en la cara. Este último acontecimiento acabó de exasperarle; sus sospechas recayeron en el acto en los viajeros que había recibido la noche anterior; y en efecto, cuando fue a ver lo que se hacían, habían desaparecido. Entonces juró no volver a recibir en su casa a ninguno de esos huéspedes inoportunos que hacen mucho gasto, no pagan, y no contentos aún, suelen jugar alguna mala pasada. 182