Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
El gallo, en atención a la flaqueza de los recién llegados y del poco lugar que ocuparían por lo
tanto, accedió a recibirlos, pero a condición de que no pinchasen a nadie.
Por la noche, ya muy tarde, llegaron a una posada y como no querían exponerse pasándola en el
camino, y el ánade estaba muy cansada decidieron entrar. El posadero puso en un principio muchas
dificultades. La casa estaba llena de gente y los nuevos viajeros no le parecieron de una condición
muy elevada, pero vencido al fin por sus buenas palabras y por la promesa que le hicieron de
dejarle el huevo que acababa de poner la gallina en el camino, y aun el ánade, que ponía uno todos
los días, accedió a recibirlos por aquella noche. Se hicieron servir a cuerpo de rey y la pasaron de
broma.
A la mañana siguiente, al despuntar el día, cuando todos dormían aun, despertó el gallo a la gallina
y rompiendo el huevo a picotazos, se lo comieron entre los dos y echaron las cáscaras en la ceniza;
fueron en seguida a coger la aguja, que dormía profundamente, y tomándola por el ojo, la pusieron
en el sillón del posadero, haciendo lo mismo con el alfiler que prendieron en la toalla, después se
salieron volando por la ventana. El ánade, que se había quedado en el corral para dormir, se levantó
al oírlos, y metiéndose por un arroyo que pasaba por debajo de la pared, salió mucho más pronto
de lo que había entrado la noche anterior cuando venía corriendo la posta.
A las dos horas, poco más o menos, se levantó de la cama el posadero y después de haberse lavado,
cogió la toalla para secarse; pero se arañó el rostro con el alfiler, que le hizo una señal encarnada
que le cogía de oreja a oreja. Bajó enseguida a la cocina para encender la pipa, pero al soplar la
lumbre, le saltaron a los ojos los restos de la cáscara del huevo.
-Todo conspira hoy contra mí -se dijo a sí mismo.
Y se dejó caer disgustado en su ancho sillón; mas pronto se levantó dando gritos, pues la aguja
se le había clavado hasta más de la mitad; y no era en la cara. Este último acontecimiento acabó
de exasperarle; sus sospechas recayeron en el acto en los viajeros que había recibido la noche
anterior; y en efecto, cuando fue a ver lo que se hacían, habían desaparecido. Entonces juró no
volver a recibir en su casa a ninguno de esos huéspedes inoportunos que hacen mucho gasto, no
pagan, y no contentos aún, suelen jugar alguna mala pasada.
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