Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
Durante el otoño reunía una gran cantidad de hojas secas, las llevaba al hueco y en cuanto llegaba
el tiempo de la nieve y el frío, iba a ocultarse en él. Gastáronse al fin sus vestidos y se le cayeron a
pedazos, teniendo que cubrirse también con hojas. Cuando el sol volvía a calentar, salía, se colocaba
al pie del árbol y sus largos cabellos le cubrían como un manto por todas partes. Permaneció largo
tiempo en aquel estado, experimentando todas las miserias y todos los sufrimientos imaginables.
Un día de primavera cazaba el rey del país en aquel bosque y perseguía a un corzo; el animal se
refugió en la espesura que rodeaba al viejo árbol hueco; el príncipe bajó del caballo, separó las
ramas y se abrió paso con la espada. Cuando consiguió atravesarlo, vio sentada debajo del árbol
a una joven maravillosamente hermosa, a la que cubrían enteramente sus cabellos de oro desde la
cabeza hasta los pies. La miró con asombro y le dijo:
-¿Cómo has venido a este desierto?
Mas ella no le contestó, pues le era imposible despegar los labios. El rey añadió, sin embargo.
-¿Quieres venir conmigo a mi palacio?
Le contestó afirmativamente con la cabeza. El rey la tomó en sus brazos; la subió en su caballo y
se la llevó a su morada, donde le dio vestidos y todo lo demás que necesitaba, pues aun cuando no
podía hablar, era tan bella y graciosa que se apasionó y se casó con ella.
Había trascurrido un año poco más o menos, cuando la reina dio a luz un hijo; por la noche,
estando sola en su cama, se le apareció su antigua señora, y le dijo así:
-Si quieres contar al fin la verdad y confesar que abriste la puerta prohibida, te abriré la boca y
te volveré la palabra, pero si te obstinas e insistes en el pecado e insistes en mentir, me llevaré
conmigo tu hijo recién nacido. Entonces pudo hablar la reina, pero dijo solamente:
-No, no he abierto la puerta prohibida.
La señora le quitó de los brazos a su hijo recién nacido y desapareció con él. A la mañana siguiente,
como no encontraban al niño, se esparció el rumor entre la servidumbre de palacio de que la reina
era ogra y le había matado. Todo lo oía y no podía contestar, pero el rey la amaba con demasiada
ternura para creer lo que se decía de ella. Trascurrido un año, la reina tuvo otro hijo; la señora se le
apareció de nuevo por la noche y le dijo:
-Si quieres confesar al fin que has abierto la puerta prohibida te devolveré a tu hijo y te desataré la
lengua, pero si te obstinas en tu pecado y continúas mintiendo, me llevaré también a este otro hijo.
La reina contestó lo mismo que la vez primera:
-No, no he abierto la puerta prohibida.
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