Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
El oficial dio gracias a su maestro y se puso en camino con su saco; si se le arrimaba alguien
demasiado cerca y quería tocarle, no tenía más que decir: ¡palo, fuera del saco!, y enseguida se
ponía a limpiar la ropa de la gente sin que tuviesen tiempo de quitársela.
Llegó una noche a la posada donde les habían robado a sus hermanos; colocó su saco delante y se
puso a referir todas las curiosidades que había visto en el mundo.
-Sí, -decía- cierto es que hay mesas que sirven de comer por sí solas, asnos que dan oro y otras
cosas semejantes, que me hallo muy lejos de despreciar; pero todo esto no vale nada al lado del
tesoro que llevo yo en mi saco.
El posadero enderezaba las orejas.
-Qué podrá ser, -pensaba para sí-, sin duda su saco está lleno de piedras preciosas: me alegraría
unirlo al asno y a la mesa, pues todas las cosas buenas entran por tres.
Cuando se acostaron, el joven se echó en un banco y se puso el saco debajo de la cabeza a manera
de almohada. El posadero apenas le creyó bien dormido se acercó a él suavemente y comenzó a
tirar poco a poco del saco para ver si podría quitarlo y colocar otro en su lugar.
Mas el tornero le estaba espiando hacía mucho tiempo y en el momento en que el ladrón dio un
tirón fuerte exclamó: Palo, fuera del saco; y enseguida saltó el palo a las espaldas del bribón y
comenzó a plancharle las costuras del vestido. El desgraciado pedía perdón y misericordia, pero
cuanto más gritaba más fuerte caía el palo sobre sus espaldas, de modo que al fin dio con su cuerpo
en tierra. Entonces, le dijo el tornero:
-Si no me das en este mismo instante la mesa y el asno va a comenzar la danza otra vez.
-Ay, no, -exclamó el posadero con una voz muy débil-, todo te lo devolveré, pero haz entrar en el
saco a ese maldito diablo.
-Sería sin embargo muy justo volver a comenzar, -dijo el oficial-, pero te perdono si cumples tu
palabra.
Después añadió:
-¡Palo al saco!, y le dejó en paz.
El tornero llegó al día siguiente a casa de su padre con la mesa y el asno: su padre se alegró de
volverle a ver y le preguntó lo que había aprendido.
-El oficio de tornero, querido padre, -le contestó.
-Buen oficio, -replicó el padre-; ¿y qué traes de tus viajes?
-Una hermosa pieza, amado padre, un palo metido en un saco.
-¿Un palo?, -exclamó el padre-, ¿y para qué?, ¿faltan acaso en ninguna parte?
166