Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
Mas no escuchó sus órdenes y continuó vacía como una mesa ordinaria.
El pobre muchacho conoció entonces que se la habían cambiado y quedó tan avergonzado como
un embustero cogido en mentira.
Los parientes se burlaron de él y volvieron a sus casas sin haber comido ni bebido. El padre cogió
su aguja y su dedal, y el hijo se puso a trabajar en casa de un maestro ebanista.
El segundo hijo entró en casa de un molinero. Cuando terminó su ajuste le dijo su amo:
-Te voy a dar este asno para recompensarte por tu buena conducta. Es de una raza especial y no
sirve para carga ni para tiro.
-¿Pues entonces, para qué sirve? -contestó el joven.
-Da oro, -contestó el molinero-, no tienes más que colocarle encima de un paño extendido y decir
bricklebrit y el bueno del animal echará oro por delante y por detrás.
-He ahí un animal maravilloso, -repuso el joven.
Dio gracias a su amo y comenzó a recorrer el mundo. Cuando necesitaba dinero, con solo decir a
mano bricklebrit llovían las monedas de oro sin tener más trabajo que el de recogerlas. Por todas
partes por donde iba, lo mejor no era bueno para él y lo más caro estaba a su disposición, pues
tenía siempre la bolsa repleta. Después de haber viajado algún tiempo, creyó se habría mitigado
ya la cólera de su padre y que podría ir a reunirse con él, pudiendo ser bien recibido, por lo menos
en consideración a su asno. Entró en la única posada en que su hermano había perdido la mesa;
llevaba su asno suelto; el posadero quiso cogerle y atarle, mas el joven le dijo:
-No os toméis ese trabajo, yo mismo iré y ataré a mi asno en la cuadra, porque quiero saber siempre
dónde se halla.
Sorprendido el posadero, supuso que un hombre que quería cuidar por sí mismo de su asno, no
hacía mucho gasto; pero cuando el forastero, metiendo la mano en el bolsillo, sacó dos monedas
y le mandó le sirviera de todo lo mejor, abrió unos ojos muy grandes y se puso a buscar todo lo
mejor que tenía. Después de la comida, preguntó al posadero lo que le debía, quien no perdonando
medio para aumentar la cuenta, le contestó que debía aún otras dos monedas de oro. El joven metió
la mano en el bolsillo, pero estaba vacío.
-Esperad un instante, -dijo- voy a buscar dinero -y salió llevándose el mantel.
El posadero no comprendía nada de lo que estaba viendo, pero era curioso; siguió al viajero y
aunque este cerró la puerta de la cuadra, miró por una rendija. El forastero extendió el mantel
debajo del asno, dijo bricklebrit y el animal comenzó enseguida a echar oro por delante y por
detrás; era una lluvia.
-¡Diablo!, -dijo el posadero-; ¡escudos nuevecitos! Semejante tesoro no hacía daño a su asno.
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