CUENTOS HERMANOS GRIM cuentos_hermanos_grimm_edincr | Page 162

Cuentos de los Herm anos Grimm EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL costa rica ¡Bah!, ¡ba! -Vamos a casa, -dijo el sastre y la llevó al establo, donde la ató. Al salir volvió a repetirle. -¿Has comido bien hoy? Pero la cabra no se portó mejor con el padre que como se había portado con los hijos. ¿Cómo había de comer si no he hecho más que correr sin hallar una hoja que pacer? ¡Beh!, ¡be! Sorprendido el sastre al oír esto, comprendió que había echado a sus hijos de su casa injustamente. -Espera, -dijo- ingrato animal, el echarte así es muy poco, quiero marcarte de manera que no te atrevas jamás a presentarte delante de ningún honrado sastre. En el mismo instante cogió la navaja de afeitar, dio jabón a la cabra en la cabeza y se la puso tan lisa como la palma de la mano, y como la vara era muy hermosa para ella, cogió su látigo y le dio tales latigazos que echó a correr dando saltos prodigiosos. Viéndose solo en su casa comenzó el sastre a fastidiarse y hubiera querido llamar a sus hijos, pero nadie sabía lo que les había sucedido. El mayor se había puesto de aprendiz en casa de un ebanista: aprendió el oficio con aplicación y cuando terminó el tiempo de su contrato, quiso marcharse a probar fortuna. Su maestro le regaló una mesita común en apariencia, pero dotada de una preciosa cualidad. Cuando la ponían delante de alguien y le decían: mesa sírveme; aparecía en el mismo instante con un hermoso mantel blanco, con su plato, su cuchillo y su tenedor, y otros platos llenos de toda clase de manjares, tantos como cabían en ella y un vaso lleno de vino tinto que regocijaba el corazón. El joven se creyó rico mientras viviera y echó a correr por el mundo sin hacer caso de si las posadas eran buenas o malas, o de si encontraba o no qué comer. Muchas veces ni aún entraba en alguna parte, sino que en medio del campo en un bosque, en una pradera ponía su mesa, y sin más que decirle más que sírveme, se hallaba servido en el mismo instante. Se le ocurrió al fin volver a casa de su padre, creyendo que ya se habría apaciguado su cólera y que sería bien recibido por la mesa maravillosa. En el camino entró una noche en una posada que estaba llena de viajeros, le dieron la enhorabuena por su llegada y le invitaron a sentarse a la mesa con ellos, pues si no le costaría mucho trabajo el encontrar comida. 162