Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
-¡Me han vendido! -exclamó llena de espanto-. ¡Me han robado! ¡Caer en poder de un comerciante!
¡Mejor quisiera morir!
Pero el rey, presentándole la mano, le dijo:
-Yo no soy comerciante, soy un rey, y de tan buena familia como la vuestra. Si os he robado con
astucia, no lo atribuyáis más que a la violencia de mi amor. Es tan grande, que cuando he visto
vuestro retrato por primera vez, he caído sin conocimiento al suelo.
Estas palabras consolaron a la princesa, se conmovió su corazón y consintió en casarse con el rey.
Mientras navegaban en alta mar, el fiel Juan, estando un día sentado en la popa del navío, distinguió
en el aire tres cornejas que vinieron a colocarse delante de él. Escuchó lo que decían entre sí, pues
comprendía su lenguaje.
-¿Conque se lleva ya a la princesa de la Cúpula de Oro? -decía la primera.
-Sí -respondió la segunda-, pero no es suya todavía.
-Cómo -dijo la tercera-, ¿pues no está sentada a su lado?
-¿Qué importa? -repuso la primera-; cuando desembarquen presentarán al rey un caballo alazán,
él querrá montarle; pero si lo hace, el caballo se lanzará a los aires con él y no volverán a tener
noticias suyas.
-¿Pero se puede evitar eso? -dijo la segunda.
-Sí -contestó la primera-, siempre que otra persona se lance sobre el caballo, y cogiendo una de
las pistolas que lleva en la silla le deje muerto en el acto. Así se librará el rey. Pero ¿quién puede
saber esto? Además de que el que lo sepa y lo diga será convertido en piedra desde los pies hasta
las rodillas.
La segunda corneja dijo a su vez.
-Yo sé algo más todavía; aun suponiendo que muera el caballo, el joven rey no por eso poseerá
a su prometida. Cuando entren juntos en palacio, le presentarán al rey en una bandeja con una
magnífica camisa de boda que parecerá tejida de oro y de plata, pero que no es en realidad más que
de pez y azufre; si el rey se la pone se quemará hasta la médula de los huesos.
-¿No hay ningún recurso para evitarlo? -dijo la tercera.
-Hay uno -respondió la segunda-. Es preciso que una persona, provista de guantes, coja la camisa
y la eche al fuego. Quemada la camisa se salvará el rey. Pero ¿de qué sirve esto, si el que lo sepa y
lo diga se convertirá en piedra desde las rodillas hasta el corazón?
La tercera corneja añadió:
14