Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
-¡Ah!, -respondió el joven- quisiera encontrar quien me enseñase lo que es miedo, pero nadie
quiere enseñármelo.
-No digas tonterías, -replicó el carretero-, ven conmigo, ven conmigo y veré si puedo conseguirlo.
El joven continuó caminando con el carretero y por la noche llegaron a una posada, donde
determinaron quedarse. Pero apenas llegó a la puerta, comenzó a decir en voz alta:
-¿Quién me enseña lo que es miedo?, ¿quién me enseña lo que es miedo?
El posadero al oírle se echó a reír diciendo:
-Si quieres saberlo; aquí se te presentará una buena ocasión.
-Calla, -le dijo la posadera-, muchos temerarios han perdido ya la vida y sería una lástima que esos
hermosos ojos no volvieran a ver la luz más.
Pero el joven le contestó:
-Aunque me sucediera otra cosa peor, quisiera saberlo, pues ese es el motivo de mi viaje.
No dejó descansar a nadie en la posada hasta que le dijeron que no lejos de allí había un castillo
arruinado, donde podría saber lo que era miedo con solo pasar en él tres noches.
El rey había ofrecido por mujer a su hija, que era la doncella más hermosa que había visto el sol,
al que quisiese hacer la prueba. En el castillo había grandes tesoros ocultos que estaban guardados
por los malos espíritus, los cuales se descubrían entonces y eran suficientes para hacer rico a un
pobre. A la mañana siguiente se presentó el joven al rey, diciéndole que si se lo permitía pasaría
tres noches en el castillo arruinado.
El rey le miró y como le agradase, le dijo:
-Puedes llevar contigo tres cosas, con tal que no tengan vida, para quedarte en el castillo.
El joven le contestó:
-Pues bien, concededme llevar leña para hacer lumbre, un torno y un tajo con su cuchilla.
El rey le dio todo lo que había pedido. En cuanto fue de noche entró el joven en el castillo,
encendió en una sala un hermoso fuego, puso al lado el tajo con el cuchillo y se sentó en el torno.
-¡Ah!, ¡si me enseñaran lo que es miedo!, -dijo-; pero aquí tampoco lo aprenderé.
Hacia media noche se puso a atizar el fuego y cuando estaba soplando oyó de repente decir en un
rincón:
-¡Miau!, ¡miau!, ¡qué frío tenemos!
-Locos, -exclamó-, ¿por qué gritáis?, si tenéis frío, venid, sentaos a la lumbre y calentaos.
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