Cuentos de los Herm anos Grimm
EDITORIAL DIG ITAL - IMPRENTA NAC IONAL
costa rica
El cura se asustó a su vez y creyendo que la vaca tenía el diablo en el cuerpo, dijo que era preciso
matarla. La mataron y la panza en que se hallaba prisionero el pobre Pulgarcito fue arrojada al
estiércol.
El pobrecillo trabajó mucho para desenredarse y empezaba a sacar la cabeza fuera, cuando le
sucedió una nueva desgracia. Un lobo hambriento se arrojó sobre la panza y se la tragó de una vez.
Pulgarcito no perdió ánimo.
-Quizá -pensó para sí-, será tratable este lobo.
Y desde su vientre donde estaba encerrado, le gritó:
-Querido amigo, quiero enseñarte dónde puedes hallar buena comida.
-¿Dónde? -le dijo el lobo.
-En tal y tal casa; no tienes más que deslizarte por el albañal a la cocina y encontrarás tortas,
tocino, salchichas, lo que quieras.
Y le designó la casa de su padre con la mayor exactitud.
El lobo no esperó dos veces: se introdujo en la cocina y dio un buen avance a las provisiones.
Pero cuando estuvo harto y tuvo que salir, se hallaba tan hinchado con el alimento, que no pudo
conseguir pasar por el albañal. Pulgarcito, que había contado con esto, comenzó a hacer un ruido
terrible en el cuerpo del lobo saltando y brincando con todas sus fuerzas.
-¿Quieres estarte quieto? -le dijo el lobo-, vas a despertar a todos.
-¿Y qué? -le respondió el hombrecillo-. ¿No te has regalado tú? También yo quiero divertirme.
Y se puso a gritar todo lo que pudo.
Concluyó por despertar a sus padres, que corrieron y miraron en la cocina, a través de la cerradura.
Cuando vieron que había un lobo, se armaron, el hombre con un hacha y la mujer con una hoz.
-Ponte detrás -dijo el hombre a su mujer, cuando entraron en el cuarto-, voy a darle con mi hacha,
si no le mato del golpe, le cortas tú el vientre.
Pulgarcito, que oyó la voz de su padre, se puso a gritar:
-Soy yo, querido padre, quien está en el vientre del lobo.
-Gracias a Dios -dijo el padre lleno de alegría-, que hemos encontrado a nuestro hijo.
Y mandó a su mujer que dejara la hoz de lado para no herir a su hijo. Después levantó su hacha
y tendió muerto al lobo de un golpe en la cabeza, en seguida le abrió el vientre con su cuchillo y
tijeras, y sacó al pequeño Pulgarcito.
-¡Ah! -le dijo-, ¡qué inquietos hemos estado por tu suerte!
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