En el instituto había alumnos de todo tipo. A Camila le daba igual todo. No le gustaba estudiar y no hacía más que porfiar con todos, compañeros y profesores. Le ponían partes, la expulsaban y le daba igual. Una mañana, Michelle se cruzó con Camila por el pasillo y la empujó, sin ningún motivo, sin conocerla de nada, pero a Camila le daba lo mismo porque ella hace lo que quiere, así es ella. Desde entonces, Camila no hacía más que molestarla en clase. Michelle, que ya estaba harta de sus impertinencias, le reto a verse las caras después de la clases, pero Camila no le tenía miedo a nadie.
Sonó el timbre. Las dos contendientes se encontraron y se dirigieron a un callejón detrás del Instituto. Una vez allí empezó la discusión. Michelle se acercó y le sacudió un buen tortazo. Camila se quedó un poco tonta, le agarró por los pelos y le dio tal rodillazo en la tripa que la tiró al suelo, y ambas empezaron a darse tortas en la cara.
Al final se separaron y cada una se fue por su lado. Camila se dio cuenta de que tenía arañazos y moratones por todos lados, no fue a clases en dos días. Cuando se incorporó llevaba un parche a un lado del ojo derecho.. Michelle la miró mal pero no dijo nada.
A la salida de clase, Michelle y una amiga se dirigen a su casa, y antes de entrar recibe una llamada donde una amiga le advierte que Camila la está buscando y que quiere que acuda al parque del barrio para hablar con ella. Michelle va al parque y se queda sentada en un banco hasta que ve a lo lejos a Camila.
Comenzó la discusión una vez más. Parecía claro que no iban a entenderse y llegaron a las manos de nuevo. Cuando las separan se dan cuenta de que Camila estaba sangrando por un ojo. La cosa se les había ido de las manos. Michelle se va corriendo a su casa y no explica nada a su familia.
Pasadas dos horas suena el teléfono. Era la madre de Camila pidiendo una explicación de lo sucedido. La madre de Michelle sorprendida habla con la otra madre y llama de inmediato a su hija para que vea con sus propios ojos el alcance de su conducta. La madre de Camila advierte que si ocurre de nuevo la denunciará por la gravedad de lo ocurrido.
Entonces Michelle pide disculpas muy arrepentida y se compromete a no usar la violencia contra otras personas. Se da cuenta de que su rabia no la puede usar contra los demás, porque realmente se está haciendo daño a sí misma, que, aunque en ese momento se ha desahogado, continua sintiéndose mal. Por ello pide ayuda a su madre, quien la lleva a un psicólogo, que le enseña a controlar sus impulsos, cosa que poco a poco va desapareciendo.
Michelle y Camila nunca llegaron a ser amigas, pero después de estos sucesos han continuado con sus vidas de manera pacífica, y les ha ido mucho mejor.
¡Di no a la violencia contra las personas!