No sé qué hora era, pero estaba tarde y en casa ya todos dormíamos . Unos golpes y el llanto de mi mamá me despertaron en medio de la noche. En mi pueblo no tenemos electricidad, por eso, prendemos velas para poder ver en medio de la oscuridad. “¡No se la lleve, no se la lleve!”, gritaba mi mamá y el llanto de mi hermanita menor se escuchaba a lo lejos. Cogí la velita que estaba al lado de mi cama y salí corriendo, sin zapatos y con la cobija aún pegada a mi cuerpo en busca de ellas.