RESEÑAS
Confesiones
Henry Marsh
Salamandra, 2018.
E
n nuestro número del 2017 Jorge
Pacheco comentó el gran libro Ante
todo no harás daño de Henry Marsh.
No estamos a salvo entonces de que se nos acuse
de fanatismo al reseñar su reciente segundo libro.
Para que los dedos se agucen apuntándonos, dire-
mos que Marsh ha logrado producir una obra tan
notable como la primera. Organizada de otra for-
ma, orientada hacia nuevos problemas de la me-
dicina y la condición humana, también debo decir
que está escrita con una pluma que en mi gusto,
supera algunas asperezas anteriores. Con un inicio
prodigioso, a prueba de lectores.
Marsh a punto de jubilar, produce nuevas va-
riantes de su reflexión acerca de la medicina y la
actividad de un cirujano trabajando con el cere-
bro. En un ejercicio de honestidad médica y per-
sonal, ahonda en las complejidades afectivas e in-
telectuales de su vida, sus vacilaciones, su relación
con las secuelas y la muerte, la suya y las de sus
pacientes. Recupera la historia de su padre y su
madre, una historia de amor en la preguerra, entre
una alemana antinazi y un inglés, que a mediados
de los 60 fueron parte de la creación de Amnistía
Internacional. En este libro nos cuenta cómo ter-
mina por liquidar su experiencia ucraniana y em-
pieza a desarrollar una práctica ya senescente en
Nepal. En medio de tanta actividad, nos narra los
signos de su envejecimiento y sus angustias.
Creo que hay en su libro cinco párrafos que
pueden servir incluso para aquellos que no com-
partiendo nuestro fanatismo, pasen por el libro
sin leerlo. Pero confío ganarán para el bando de
los fanáticos al menos a algún escéptico:
“De modo que, en Occidente, se invierte una
fortuna en asesores financiero que confían en
que la mercadotecnia, los ordenadores y el lucro
conseguirán de algún modo resolver el problema.
Sólo se oye hablar de mayor eficacia, de reconfi-
guraciones, recortes, externalizaciones y mejoras
en la gestión. Es como un juego de las sillas en
el cual, en Inglaterra al menos, la musica cambia
continuamente pero no el número de sillas, y aún
así cada vez somos mas los que corremos alrede-
dor de ellas. Los políticos parecen incapaces de
incapaces de admitir ante la opinión púbica que el
sistema sanitario está quedandose si fondos. Me
temo que el SNS inglés, un triunfo de la decencia
y la justicia social, acabará destruido por esta falta
de honestidad. Los ricos se harán con las sillas
y los pobres tendrán que sentarse en el suelo.“p.
94-95
“Es cierto que la sanidad social, como la lla-
man los norteamericanos, tiene muchos defectos.
Tiende a ser lenta y burocrática, los pacientes pue-
den acabar convirtiéndose en meros artículos en
una cinta de montaje impersonal, el personal clí-
nico tiene pocos incentivos para comportarse con
profesionalidad y puede volverse displicente. Con
frecuencia, además, no cuenta con los recursos
necesarios. Pero esos defectos pueden superarse
si se mantienen criterios morales y profesionales
altos, si se encuentra el equilibrio correcto entre li-
bertad clínica y regulación, y si los políticos, son lo
bastante valientes como para subir los impuestos.
Lo defectos de la sanidad pública son, sin embar-
go, menores que la extravagancia, la desigualdad,
el exceso de tratamiento y la falta de honradez que
tan a menudo entraña la competitiva sanidad pri-
vada.22 p. 162-163
“Muchos años después, cuando trabajé de auxiliar
de enfermería en un psicogeriátrico, comprobé que
la atmósfera en las alas quedaba en gran medida de-
terminada pro el ejemplo que daban las enfermeras
supervisoras, la mayoría de las cuales asumían su de-
ber de atender a los pacientes como una obligación
real y cotidiana, a pesar de lo difícil que puede ser a
veces esa tarea. Hoy en día, sin embargo, la autoridad
en los hospitales ha pasado gradualmente del perso-
nal clínico a directivos ajenos al mundo hospitalario
-cuyo principal cometido consiste en satisfacer a sus
señores políticos en su empeño de recortar gastos-,
así que no debería sorprendernos que la atención a
los enfermos se resienta.”
91
Cuad Méd Soc (Chile) 2019, 59 (1): 83-92