consistió en levantar por la fuerza un modelo cen-
tralizado de salud pública, que tendió a absorber
a las sociedades obreras en su interior a través de
un concepto y práctica de obligatoriedad de la previ-
sión obrera en el Estado, lo que significaba debilitar
las propias cajas de las sociedades autónomas y
decretar su muerte progresiva. El nuevo Estado
Previsional les prometió desarrollar una política de
igualdad, de justicia, de protección social, de per-
tenencia al estado que buscaba su bienestar como
gran misión de la Nación. Esa fue la gran prome-
sa planteada por el estamento médico y la clase
política en el año 1925 y el año 1950, momento
en que se consolida esa propuesta.
Con toda la buena intención de este Estado
Asistencial de Previsión Social y de este proyecto de
Nación, de todas maneras persistía un determina-
do ADN en los servicios de beneficencia y, por
ende, en los servicios públicos: un ADN caritati-
vo filantrópico para la atención de los pacientes,
un régimen de atención de salud para pobres, lo
que era una involución respecto de las prácticas
de salud en las sociedades, las que percibieron su
muerte próxima. Los obreros, inicialmente, tira-
ron bombas al ministerio de salud, pero después
tuvieron que aceptar el nuevo sistema y, reiterada-
mente a lo largo del siglo, exigieron democracia
en la administración de los fondos previsionales
y en la política de salud; exigieron participar del
sistema.
La bandera de la “verdadera democracia” que
era la “bandera de la participación” como gran
reivindicación histórica, fue levantada con altura
y firmeza en los años de 1960. En palabras del
sociólogo Diego Palma:
En los 60 la participación se proponía como
un imperativo ético. La sociedad justa no era solo
aquella en la que los beneficios se distribuían de
forma más equitativa, sino básicamente se trataba
de la convivencia en la que todos habrían de com-
partir responsabilidades y decisiones”(1).
En aquellos años 60 los procesos históricos
en toda América y el mundo estaban levantando
con urgencia o requiriendo teorías político socia-
les que orientaran la construcción de una “ver-
dadera democracia”; se trataba de construir una
nueva democracia, una democracia social, parti-
cipativa como un gran experimento político sud-
americano. Aunque muchos de estos conceptos
fueron definidos por algunos sociólogos belgas
llegados esos años a Chile, dicha formulación
conceptual emergió desde la propia experiencia
SudAmericana.
¿Cómo se definió y cómo surgió la participación
Illanes M.
popular? ¿Desde el seno de la sociedad civil o
como fruto de la intervención de una voluntad
política fuera de ella? ¿Cómo se concebía el rol
del Estado y de las instituciones en este proyecto
de sociedad participativa? ¿Cómo impactan esas
ideas y políticas de participación social en el cam-
po de los saberes, de las profesiones, de la medici-
na, del servicio social?
Es decir ¿cuál es la relación que se establece,
en un determinado momento histórico, entre
ideología, saber y acción profesional? Nosotros
planteamos que si bien la participación popular
se gatilló y exigió desde el movimiento social y
desde la efervescencia popular de los años 60, esta
participación fue favorecida y estimulada simultá-
neamente por una serie de elementos externos al
movimiento social, proveniente del ámbito cultu-
ral, estatal, eclesiástico, profesional, etc., todos los
cuales contribuyeron a crear lo podríamos iden-
tificar como una “ideología participativa” que se va
a expresar en una práctica politica de “inducción
participativa” en el seno de la sociedad civil o del
pueblo. Esta ideología e inducción participativa
impulsada por fuera y junto al movimiento po-
pular, no solo delineó una nueva forma de conce-
bir la política social, sino que concibió un nuevo
orden político-social que surgiría como fruto de
la transformación del carácter de la democracia;
transformación que no emanaría de un modelo
político abstracto, sino que emergería desde la
base social organizada y participante. La partici-
pación era la piedra basal desde la que brotaría
la consciencia social, la pertenencia y la ciudada-
nía política, generando una “democracia partici-
pativa”, concebida como un régimen basado en
la toma social de decisiones a nivel discursivo y
práctico.
Esta ideología participativa buscaba superar la
marginalidad, que en ese momento se diagnos-
ticaba como el gran problema de la sociedad en
SudAmérica. Una de las vías fundamentales para
superar la marginalidad era la participación la que,
así, era mucho más que una política específica de
un área de la política social: la participación era una
categoría de construcción y proyecto político.
Así, desde el ideario participativo surge una se-
rie de discusiones y de iniciativas. En Santiago, por
ejemplo, el año 1959 (el mismo año de la revolu-
ción cubana) se creó en la Universidad Católica
la primera Escuela de Sociología donde se va a
comenzar a plantear la “ideología participativa”
como fundamento de una nueva democracia y de
una nueva comunidad.
Sus profesionales trabajaron elaborando lo que
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