CRÍMENES POLACOS CONTRA LOS ALEMANES ÉTNICOS EN POLONIA CRÍMENES POLACOS CONTRA LOS ALEMANES ÉTNICOS | Page 63
en salir fue un aprendiz de jardinero. Lo encontramos, después, muerto en el
jardín. Después huí con mi marido. En la calle levantamos los brazos, pidiendo a
los polacos que no dispararan, que nos entregáramos. Pero los civiles polacos allí
presentes, gritaban: "Necesitan disparar en ellos, que son Hitlers, son espías".
Un soldado polaco mató entonces a mi marido que se encontraba a mi lado, con
un tiro en la cabeza. Yo misma, asustada por la detonación perdí el conocimiento,
me desmayé. Cuando recuperé los sentidos, se encontraba a mi lado un soldado
polaco de bayoneta calada. Este soldado le saco el anillo, el reloj y los 45 zloty de
mi marido; le sacó también los zapatos que mi marido había usado el día de
nuestro matrimonio, dándoles a uno de los civiles circundantes. Tirándome por
los cabellos, procuraron levantarme, pero caí nuevamente al lado de mi marido.
Cuando pedí al soldado el favor de, al menos, dejarme el anillo como recuerdo,
me golpeó con la culata de su fusil en el cuello y en la espalda, de suerte que hoy,
después de unos ocho días, todavía no puedo mover el cuerpo. Me entregué
luego a dos soldados de bayoneta calada, para llevarme hasta el puesto policial.
Como no quería separarme de mi marido, me golpearon tanto en las manos hasta
que las solte del cadáver.
Tuve después que andar de brazos erguidos, toda desgreñada y cubierta de la
sangre de mi marido. Los civiles polacos gritaron a los soldados que no dejar huir
a la espía alemana y que la matasen inmediatamente, cuando los brazos me caían
de cansancio, me dieron golpes debajo de los brazos y patadas. En el puesto fui
escuchado por un oficial, que verificó que no había cometido ningún crimen.
Pedí a dos soldados que asistieron el interrogatorio, me mataran, que la vida ya
no me valía nada. Uno de los soldados me respondió "No vales una bala, hitlerista
fea, vete al infierno". Los polacos después me golpearon y me empujaron, y me
dejaron ir. Me fui a lavar la cara y las manos en una zanja y busqué el cadáver de
mi marido. Llegada en aquel lugar, vi como soldados y civiles profanaban el
cadáver de mi marido.
Como él tenía la boca torcida que parecía sonreír, le arrojaron basura en la boca
y le dijeron: "¿Todavía estas riendo, maldito Hitler?" Se hallaba en el mismo lugar
el cadáver del jardinero Schmiede en cuyo vientre habían colocado un juego de
llaves y un martillo. Me sacaron los documentos de mi marido, en lo que los
soldados me impidieron, golpeándome. Me fui, a la vecindad, hasta las 8 horas,
al aire libre. Por las 8 horas apareció un avión alemán y todos buscaban refugiarse
en los pasillos.