CRÍMENES POLACOS CONTRA LOS ALEMANES ÉTNICOS EN POLONIA CRÍMENES POLACOS CONTRA LOS ALEMANES ÉTNICOS | Page 157
calles, sería inmediatamente, fusilado. Los policías cargaron sus fusiles y armaron
las bayonetas, conduciéndonos, por las calles de Posen, hasta Glowno.
Durante el trayecto, los policías no se cansaron de decir al pueblo, que nos
aguardaba de uno y otro lado de las calles: "Todos ellos son alemanes", y la
multitud respondía cada vez con una gritería infernal, amenazas y blasfemias
horribles. En el antiguo mercado, la multitud ya empezó a pasar a vías de hecho,
tratándonos con golpes, patadas y pedradas, de suerte que, la llegada en el
suburbio Glowno, estábamos llenos de moscas.
En la sala de una casa de pasto, en Glowno, empecé a tener nuevas esperanzas,
cuando entró un sacerdote católico, el vicario de Glowno.
Yo contaba, ante todo, con que él, comprendiendo en esa situación, nos
dispensara protección y luego nos dijerasobre nuestro futuro. Me quedé, sin
embargo, poco sorprendido cuando él, después de mi presentación, comenzó a
indagar si yo no era un espía fingiendo y me preguntó, en voz áspera, por qué
había luchado, con las armas en la mano, contra los polacos. Ante esa actitud,
me quedé sin hablar y renuncié a cualquier otro intento.
Al caer la noche, nos condujeron hacia un gran prado, rodeado de enorme
multitud. Llegaron otros grupos de internados, entre ellos mujeres y menores,
dos lisiados que apenas podían andar, eran inválidos de la guerra con piernas de
palo, y muchos que tenían la cabeza atada y las vestiduras ensangrentadas. En el
prado, nos mandaron formar en filas de cuatro, siendo contados.
Obedeciendo la orden del jefe de nuestra escolta que se componía de algunos
policías y varios atletas en el uniforme de la organización militar de la juventud,
tuvimos que hacer ejercicios y entonar un canto de odio contra Alemania. A
continuación, me mandó venir, en mi hábito de orden, solo, hacia adelante, y
hacer ejercicios bajo los gritos de la multitud.
Finalmente mandó que me colocara en la primera fila, por así decir, como jefe de
los revoltosos, como éramos siempre denominados. A continuación, fuimos a pie
a Schwersenz, a través de la multitud instigada, de hombres que nos escupían,
que nos tiraban estiércol de caballo, que nos maltrataba a golpes, pedradas y
patadas. La escolta no hizo nada para protegernos, o por otra parte quien
quisiese hacerlo quedaria impotente para hacerlo, ni tendría la energía
necesaria.