CRÍMENES POLACOS CONTRA LOS ALEMANES ÉTNICOS EN POLONIA crimenes_polacos | Page 52
En cuanto a la causa: mi marido trabajaba con el jardinero Schmiede en
Bromberg. El sábado, 2 de septiembre, mi marido preguntó, por teléfono, a su
empleador, si aún debía asistir al trabajo. El señor. Schmiede le respondió que nada
sabía de una guerra y que viniera a trabajar. Mi marido fue entonces al trabajo. Lo
acompañé porque nuestro vecino, Pinczewski, morador de la calle Kartuzka, 8,
amenazaba que, tan pronto como saldría la guerra, nos rasgaría a los "Hitlers" (así
nos lo llamaba) las piernas y arrojamos nuestros intestinos en la calle. También ha bía
tenido que abandonar mi servicio el día anterior porque me había golpeado y
amenazado con una barra de hierro. Debido, pues, la situación critica, no me separé
de mi marido.
De sábado a domingo pasamos l a noche en casa del jardinero Schmiede, cuyo
terreno se queda en un suburbio cerca de la ciudad. Había allí varios polacos.
Después del almuerzo, los polacos fingieron, mandándonos soldados polacos. Cuando
llegaron, pidieron un intérprete, porque el señor. Schmiede estaba muy exaltado
para poder entenderse con ellos en polaco. Le preguntaron: "¿Tú, hijo de una gran
puta, tienes armas?" Schmiede negó, diciendo que dieran una búsqueda en su casa.
Los polacos dijeron entonces:
"Tres pasos atrás!" Y lo mataron. La señora Schmiede se acostó al lado del marido
muerto para despedirse de él, siendo, en esa ocasi ón apuntada por los polacos, sin
poder acertar. Ella huyó, entonces, llamándonos con las palabras: "Vengan todos a l a
bodega que los polacos nos van a matar a todos". Fugiremos hacia la bodega. Los
polacos rodearon la casa, dando tiros en las puertas y ventanas del sótano, de toda s
partes. Finalmente pusieron fuego en la casa, y, para no morir quemados, intentamos
escapar del sótano. Por la puerta de la no había salida porque el corredor ya se
hallaba en llamas y porque los soldados tiraban toda vez que alguien aparecía la
puerta. Por lo tanto, buscamos escapar por las ventanas del sótano. El primero en
salir fue un aprendiz de jardinero. Lo encontramos , después, muerto en el jardín.
Después huí con mi marido. En la calle levantamos los brazos, pidiendo a los
polacos que no dispararan, que nos entregabamos. Pero los civiles polacos allí
presentes, gritaban: "Necesitan disparar en ellos, que son Hitlers, son espí as".
Un soldado polaco mató entonces a mi marido que se encontraba a mi lado, con
un tiro en la cabeza. Yo misma, asustada por la detonación perdi el conocimiento, me
desmayé. Cuando recuperé los sentidos, se encontraba a mi lado un soldado polaco
de bayoneta calada. Este soldado le saco el anillo, el reloj y los 45 zloty de mi marido;
le sacó también los zapatos que mi marido había usado el día de nuestro matrimonio,
dándoles a uno de los civiles circundantes. Tirándome por los cabellos, procuraron
levantarme, pero caí nuevamente al lado de mi marido. Cuando pedí al soldado el
favor de, al menos, dejarme el anillo como recuerdo, me golpeó con la culata de su
fusil en el cuello y en la espalda, de suerte que hoy, después de unos ocho días,
todavía no puedo mover el cuerpo. Me entregué luego a dos soldados de bayoneta
calada, para llevarme hasta el puesto policial. Como no quería separarme de mi
marido, me golpearon tanto en las manos hasta que las solte del cadáver. Tuve