Cronica ambiental Octubre 2014 | Page 20

L a costumbre enceguece. Ver cada día el mismo paisaje lo convierte en algo inamovible, como si cierta noción de permanencia lo mantuviera estático, como si la rutina diaria tuviera visos de eternidad. A pesar de esto, sabemos que todo cambia, que momento a momento ese paisaje inmutable se modifica y, sin percatarnos, se transforma en algo completamente distinto. Así un día, una ciudad, digamos Seúl, crece alrededor de un río, un río pequeño, digamos el Cheonggyecheon, que divide la ciudad en norte y sur, y que eventualmente desemboca en un río más grande, el Han. La ciudad y el río tienen una relación larga, se construyen diques, puentes y casas en la ribera. Existe, hasta cierto punto, un equilibrio natural; sin embargo, poco a poco éste se rompe. La ciudad crece, utiliza el agua del río y le devuelve sus desechos. El río se transforma en un vertedero, la ciudad crece un poco más y requiere medidas higiénicas, así que se toma la decisión de entubar el río. La expansión de la urbe continúa, un transporte veloz y eficiente es necesario, por lo tanto se construye una vialidad sobre el río y luego, cuando ésta se satura, se construye otra más encima de la anterior. La historia puede continuar así al infinito. El río es parte del pasado, una simple leyenda; mientras tanto la mirada, con esa extraña noción de costumbre, supone que las vialidades siempre han existido sobre el río ausente. Esta historia no es original, más bien es una constante que ha sucedido en distintos lugares, en distintas épocas. Un río más ha desaparecido. Ya estamos acostumbrados. Que la costumbre paralice no quiere decir que estos cambios hayan sido imperceptibles; de hecho, m X