E
n los pueblos de la laguna de Cajititlán, un pequeño embalse natural alimentado por las aguas de una cuenca cerrada (o endorreica: que no tiene salida), al sureste de la zona
metropolitana de Guadalajara, todavía se cuenta la misteriosa y reciente historia sobre la muerte masiva de una especie
amenaza de pez —según los registros de las normas oficiales
mexicanas—. Su nombre común, popocha, ha sido materia de
chistes entre los tapatíos, quienes redescubren la naturaleza
sólo por la vía del desastre; pero, sobre todo, es materia de uso
político-electoral que tiene como trasfondo la disputa por la
misma capital del estado.
Este drama de las popochas (Algansea popoche), un pez sin
valor económico, pero de indiscutible relevancia ambiental
como especie nativa, exclusiva del occidente de México en un
entorno invadido por especies exóticas —consideración que en
los gobernantes y empresarios no ocasiona más que una leve
alzada de hombros—, no ha llegado a su fin.
Si bien terminó la recolección de más de 275 toneladas de
animales inertes entre agosto y los primeros días de septiembre pasado, lo que da varios millones de individuos, permanece
sin claridad la causa del proceso de muerte, enrarecido por el
conflicto entre el gobierno estatal priista y el municipal de Movimiento Ciudadano, en la búsqueda de culpables.
Al investigador de la Universidad de Guadalajara (U. de
G.), Luis Manuel Martínez Rivera, le genera suspicacias el fenómeno. Todos los individuos muertos fueron de talla modesta
y bajo peso, lo que indicaría que se trata fundamentalmente de
juveniles; el conocimiento de su comportamiento indica que
no es, por otro lado, una especie frágil a la falta de oxígeno, sino
por el contrario, resistente en condiciones adversas: el cuerpo
de agua tiene muy poco oxígeno por la elevada competencia
con otros peces, con algas y con materia orgánica fruto de las
actividades humanas, además de su condición de cuenca cerrada. Esto lleva a una tercera duda: ¿por qué murieron casi
exclusivamente popochas?
Con larga experiencia en el tema, el científico tiene dos
décadas al frente del monitoreo del río Ayuquila, en la región
sur de Jalisco, y es asesor de la Junta Intermunicipal del Medio Ambiente de esa demarcación, la más antigua del país en su
tipo. Ese conocimiento lo puso al frente de un equipo de trabajo
que ahondará en el tema de contaminación lacustre. “La idea
es no quedarnos en hipótesis provisionales, sino profundizar
y establecer las causas precisas, lo que permitirá decidir de forma adecuada cómo se maneja la cuenca para mantener su calidad ambiental”, señala. El trabajo del equipo de esta casa de
estudios, en conjunto con la Universidad Politécnica de la Zona
Metropolitana de Guadalajara, se llevará hasta finales del año.
Una cuenca endorreica es un caso comparable al de una
isla: restringida territorialmente, no puede transferir “al otro
lado” los costos ambientales, sino que los debe padecer por
DURANTE LOS ÚLTIMOS
TRES MESES,
MÁS DE 275 TONELADAS
DE PECES MUERTOS HAN
SI