Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Además, estaba resbaladizo, impregnado de sangre... Intentó
sacarlo por la cabeza de la víctima; tampoco lo consiguió: se
enganchaba en alguna parte. Perdiendo la paciencia, pensó utilizar
el hacha: partiría el cordón descargando un hachazo sobre el
cadáver. Pero no se decidió a cometer esta atrocidad. Al fin, tras
dos minutos de tanteos, logró cortarlo, manchándose las manos
de sangre pero sin tocar el cuerpo de la muerta. Un instante
después, el cordón estaba en sus manos.
Como había supuesto, era una bolsita lo que pendía del cuello de
la vieja. También colgaban del cordón una medallita esmaltada y
dos cruces, una de madera de ciprés y otra de cobre. La bolsita
era de piel de camello; rezumaba grasa y estaba repleta de
dinero. Raskolnikof se la guardó en el bolsillo sin abrirla. Arrojó las
cruces sobre el cuerpo de la vieja y, esta vez cogiendo el hacha,
volvió precipitadamente al dormitorio.
Una impaciencia febril le impulsaba. Cogió las llaves y reanudó la
tarea. Pero sus tentativas de abrir los cajones fueron infructuosas,
no tanto a causa del temblor de sus manos como de los continuos
errores que cometía. Veía, por ejemplo, que una llave no se
adaptaba a una cerradura, y se obstinaba en introducirla. De
pronto se dijo que aquella gran llave dentada que estaba con las
otras pequeñas en el llavero no debía de ser de la cómoda (se
acordaba de que ya lo había pensado en su visita anterior), sino
de algún cofrecillo, donde tal vez guardaba la vieja todos sus
tesoros.
Se separó, pues, de la cómoda y se echó en el suelo para mirar
debajo de la cama, pues sabía que era allí donde las viejas solían
guardar sus riquezas. En efecto, vio un arca bastante grande -de
más de un metro de longitud-, tapizada de tafilete rojo. La llave
dentada se ajustaba perfectamente a la cerradura.
Abierta el arca, apareció un paño blanco que cubría todo el
contenido. Debajo del paño había una pelliza de piel de liebre con
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