Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
damita que sentía verdadera devoción por su marido, sus hijos y
su familia. ¡Qué fácil y divertido fue! El caso es que era
verdaderamente virtuosa, por lo menos a su modo. Mi táctica
consistió en humillarme ante ella e inclinarme ante su castidad. La
adulaba sin recato y, apenas obtenía un apretón de mano o una
mirada, me acusaba a mí mismo amargamente de habérselos
arrancado a la fuerza y afirmaba que su resistencia era tal, que
jamás habría logrado nada de ella sin mi desvergüenza y mi
osadía. Le decía que, en su inocencia, no podía prever mis
bribonadas, que había caído en la trampa sin darse cuenta,
etcétera. En una palabra, que conseguí mis propósitos, y mi dama
siguió convencida de su inocencia: atribuyó su caída a un simple
azar. No puede usted imaginarse cómo se enfureció cuando le dije
que estaba completamente seguro de que ella había ido en busca
del placer exactamente igual que yo.
»La pobre Marfa Petrovna tampoco resistía a la adulación, y, si
me lo hubiera propuesto, habría conseguido que pusiera su
propiedad a mi nombre (estoy bebiendo demasiado y hablando
más de la cuenta). No se enfade usted si le digo que Avdotia
Romanovna no fue insensible a los elogios de que la colmaba.
Pero fui un estúpido y lo eché a perder todo con mi impaciencia.
Más de una vez la miré de un modo que no le gustó. Cierto fulgor
que había en mis ojos la inquietaba y acabó por serle odioso. No
entraré en detalles: sólo le diré que reñimos. También en esta
ocasión me conduje estúpidamente: me reí de sus actividades
conversionistas.
»Paracha volvió a contar con mis atenciones, y otras muchas le
siguieron. O sea que empecé a llevar una vida infernal. ¡Si hubiera
usted visto, Rodion Romanovitch, aunque sólo hubiera sido una
vez, los rayos que pueden lanzar los ojos de su hermana...!
»No crea demasiado al pie de la letra mis palabras. Estoy
embriagado. Acabo de beberme un vaso entero. Sin embargo,
digo la verdad. El centelleo de aquella mirada me perseguía hasta
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