Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Admitamos que sea así. Sin duda, eso de la disipación le tiene
obsesionado, pero le confieso que me gustan las preguntas
directas. El libertinaje tiene, cuando menos, un carácter de
continuidad fundado en la naturaleza y no depende de un
capricho: es algo que arde en la sangre como un carbón siempre
incandescente y que sólo se apaga con la edad, y aun así
difícilmente, a fuerza de agua fría. Confiese que esto, en cierto
modo, es una ocupación.
-Pero ¿qué tiene de divertido para usted esa vida? Es una
enfermedad, y de las malas.
-Ya le veo venir. Admito que eso es una enfermedad como todas
las inclinaciones exageradas, y en este caso uno rebasa siempre
los límites de lo normal; pero tenga en cuenta que esto es cosa
que cambia según los individuos. Desde luego, hay que
reprimirse, aunque sólo sea por conveniencia; pero si yo no
tuviera esta ocupación, acabaría por descerrajarme de un tiro en
la cabeza. Bien sé que el hombre honrado tiene que aburrirse,
pero aun así...
-¿Sería usted capaz de dispararse un balazo en la cabeza?
-¿A qué viene esa pregunta? -exclamó Svidrigailof con un gesto
de contrariedad-. Le ruego que no hablemos de estas cosas -se
apresuró a añadir, dejando su tono de jactancia.
Incluso su semblante había cambiado.
-No puedo remediarlo. Sé que esto es una debilidad vergonzosa
pero temo a la muerte y no me gusta oír hablar de ella. ¿Sabe
usted que soy un poco místico?
-Ya sé lo que quiere usted decir... El espectro de Marfa
Petrovna... Dígame: se le aparece todavía.
-No me hable de eso -exclamó, irritado-. En Petersburgo no se
me ha aparecido aún. ¡Que el diablo se lo lleve...! Hablemos de
otra cosa... Además, no me sobra el tiempo. Aun sintiéndolo
mucho, pronto tendremos que dejar nuestra charla... Pero aún
tengo algo que decirle.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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