Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Oiga, Rodion Romanovitch, no tome mis palabras demasiado al
pie de la letra. Acaso no encuentre usted en la cárcel ningún
reposo. En fin de cuentas, esto no es más que una teoría, y
personal por añadidura. Por lo visto, soy una autoridad para
usted. Por otra parte, quién sabe si le oculto algo. Usted no me
puede exigir que le revele todos mis secretos.¡Je, je!
»Pasemos a la segunda cuestión, al provecho que obtendría
usted de una confesión espontánea. Este provecho es indudable.
¿Sabe usted que aminoraría considerablemente su pena? Piense
en el momento en que haría usted su propia denuncia. Por favor,
reflexione. Usted se presentaría cuando otro se ha acusado del
crimen, trastornando profundamente el proceso. Y yo le juro ante
Dios que me las compondría de modo que a la vista del tribunal
gozara usted de todos los beneficios de su acto, el cual parecería
completamente espontáneo. Le prometo que destruiríamos toda
esa psicología y que reduciría usted a la nada todas las sospechas
que pesan sobre usted, de modo que su crimen apareciese como
la consecuencia de una especie de arrebato, cosa que en el fondo
es cierta. Yo soy un hombre honrado, Rodion Romanovitch, y
mantendré mi palabra.
Raskolnikof bajó la cabeza tristemente y quedó pensativo. Al fin
sonrió de nuevo; pero esta vez su sonrisa fue dulce y melancólica.
-No me interesa -dijo como si no quisiera seguir hablando con
Porfirio Petrovitch-. No necesito para nada su disminución de
pena.
-¡Vaya! Esto es lo que me temía -exclamó Porfirio como a pesar
suyo- Sospechaba que iba usted a desdeñar nuestra indulgencia.
Raskolnikof le miró con expresión grave y triste.
-No, no dé por terminada su existencia -continuó Porfirio-. Tiene
usted ante sí muchos años de ida. No comprendo que no quiera
usted una disminución de pena. Es usted un hombre difícil de
contentar.
-¿Qué puedo ya esperar?
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 558