Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
«Siempre está con su maldita psicología -se dijo Raskolnikof-.
Porfirio no ha creído en ningún momento en la culpabilidad de
Mikolka después de la escena que hubo entre nosotros y que no
admite más que una explicación.»
Raskolnikof había recordado en varias ocasiones retazos de
aquella escena, pero no la escena entera, pues no habría podido
soportar su recuerdo.
En aquella escena habían cambiado palabras y miradas que
demostraban en Porfirio una seguridad tan absoluta y adquirida
tan rápidamente, que no era posible que la confesión de Mikolka
hubiera podido quebrantarla. ¡Pero qué situación la suya! El
mismo Rasumikhine empezaba a sospechar. El incidente del
corredor había dejado huellas en él.
«Entonces corrió a casa de Porfirio... Pero ¿por qué habrá
querido ese hombre engañarle? ¿Por qué razón habrá intentado
desviar sus sospechas hacia Mikolka? No, no puede haber hecho
esto sin motivo. Abriga alguna intención, pero ¿cuál? Verdad es
que desde entonces ha transcurrido mucho tiempo, y no he tenido
noticias de Porfirio. Esto es tal vez mala señal.»
Cogió la gorra y se dirigió a la puerta. Iba pensativo. Por primera
vez desde hacía mucho tiempo se sentía en un estado de perfecto
equilibrio.
«Hay que terminar con Svidrigailof a toda costa y lo antes
posible. Sin duda está esperando que vaya a verle.»
En este momento, en su agotado corazón brotó tal odio contra
sus dos enemigos, Svidrigailof y Porfirio, que no habría vacilado
en matar a cualquiera de ellos si los hubiese tenido a su merced.
Por lo menos tuvo la impresión de que seria capaz de hacerlo
algún día.
-Ya lo verán, ya lo verán -murmuró.
Pero apenas abrió la puerta se dio de manos a boca con Porfirio,
que estaba en el vestíbulo.
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