Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Tu hermana ha recibido hoy una carta que parece haberla
afectado. Yo diría incluso que la ha trastornado profundamente.
Yo he intentado hablarle de ti, y ella me ha rogado que me
callara. Luego me ha dicho que tal vez tuviéramos que separarnos
muy pronto. Me ha dado las gracias calurosamente no sé por qué
y luego se ha encerrado en su habitación.
-¿Dices que ha recibido una carta? -preguntó Raskolnikof,
pensativo.
-Sí, una carta. ¿No lo sabías?
Los dos guardaron silencio.
-Adiós, Rodia. Te confieso, amigo mío, que hubo un momento...
Bueno, adiós... Sí, hubo un momento en que... Adiós, adiós;
tengo que marcharme. En cuanto a eso de beber, no lo haré. Te
equivocas si crees que eso es necesario.
Parecía tener mucha prisa, pero apenas hubo salido, volvió a
entrar y dijo a Raskolnikof sin mirarle:
-Oye, ¿te acuerdas de aquel asesinato, de aquel asunto que
Porfirio estaba encargado de instruir? Me refiero a la muerte de la
vieja. Pues bien, ya se ha descubierto al asesino. Él mismo ha
confesado y presentado toda clase de pruebas. Es uno de aquellos
pintores que yo defendía con tanta seguridad, ¿te acuerdas?
Aunque parezca mentira, todas aquellas escenas de risas y golpes
que se desarrollaron mientras el portero subía con dos testigos no
eran más que un truco destinado a desviar las sospechas. ¡Qué
astucia, qué presencia de ánimo la de ese bribón!
Verdaderamente, cuesta creerlo, pero él lo ha explicado todo, y su
declaración es de las más completas. ¡Cómo me equivoqué! A mi
juicio, ese hombre es un genio, el genio del disimulo y de la
astucia, un maestro de la coartada, por decirlo así, y, teniendo
esto en cuenta, no hay que asombrarse de nada. En verdad,
personas así pueden existir. Que no haya podido mantener su
papel hasta el fin y haya acabado por confesar es una prueba de
la veracidad de sus declaraciones... Pero no comprendo cómo
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