Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
No se sabe cómo, el diploma obtenido por Catalina Ivanovna en
el internado apareció de pronto en el lecho, al lado del cadáver.
Raskolnikof lo vio. Estaba junto a la almohada.
Rodia se dirigió a la ventana. Lebeziatnikof corrió a reunirse con
él.
Se ha muerto -murmuró.
-Rodion Romanovitch -dijo Svidrigailof acercándose a ellos-,
tengo que decirle algo importante.
Lebeziatnikof se retiró en el acto discretamente. No obstante,
Svidrigailof se llevó a Raskolnikof a un rincón más apartado. Rodia
no podía ocultar su curiosidad.
-De todo esto, del entierro y de lo demás, me encargo yo. Ya
sabe usted que tengo más dinero del que necesito. Llevaré a
Poletchka y sus hermanitos a un buen orfelinato y depositaré mil
quinientos rublos para cada uno. Así podrán llegar a la mayoría de
edad sin que Sonia Simonovna tenga que preocuparse por su
sostenimiento. En cuanto a ella, la retiraré de la prostitución, pues
es una buena chica, ¿no le parece? Ya puede usted explicar a
Avdotia Romanovna en qué gasto yo el dinero.
-¿Qué persigue usted con su generosidad? -preguntó
Raskolnikof.
-¡Qué escéptico es usted! -exclamó Svidrigailof, echándose a
reír-. Ya le he dicho que no necesito el dinero que en esto voy a
gastar. Usted no admite que yo pueda proceder por un simple
impulso de humanidad. Al fin y al cabo, esa mujer no era un
gusano -señalaba con el dedo el rincón donde reposaba la difuntacomo cierta vieja usurera. ¿No sería preferible que, en vez de ella,
hubiera muerto Lujine, ya que así no podría cometer más
infamias? Sin mi ayuda, Poletchka seguiría el camino de su
hermana...
Su tono malicioso parecía lleno de reticencia, y mientras hablaba
no apartaba la vista de Raskolnikof, el cual se estremeció y se
puso pálido al oír repetir los razonamientos que había hecho a
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