Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Ahora lo sé... Compréndeme... Si tuviera que volver a hacerlo, tal
vez no lo haría... Era otra la cuestión que me preocupaba y me
impulsaba a obrar. Yo necesitaba saber, y cuanto antes, si era un
gusano como los demás o un hombre, si era capaz de franquear
todos los obstáculos, si osaba inclinarme para asir el poder, si era
una criatura temerosa o si procedía como el que ejerce un
derecho.
-¿Derecho a matar? -exclamó la joven, atónita.
-¡Calla, Sonia! -exclamó Rodia, irritado. A sus labios acudió una
objeción, pero se limitó a decir-: No me interrumpas. Yo sólo
quería decirte que el diablo me impulsó a hacer aquello y luego
me hizo comprender que no tenía derecho a hacerlo, puesto que
era un gusano como los demás. El diablo se burló de mí. Si estoy
en tu casa es porque soy un gusano; de lo contrario, no te habría
hecho esta visita... Has de saber que cuando fui a casa de la vieja,
yo solamente deseaba hacer un experimento.
-Usted mató.
-Pero ¿cómo? No se asesina como yo lo hice. El que comete un
crimen procede de modo muy distinto... Algún día lo contaré todo
detalladamente... ¿Fue a la vieja a quien maté? No, me asesiné a
mí mismo, no a ella, y me perdí para siempre... Fue el diablo el
que mató a la vieja y no yo.
Y de pronto exclamó con voz desgarradora:
-¡Basta, Sonia, basta! ¡Déjame, déjame!
Raskolnikof apoyó los codos en las rodillas y hundió la cabeza
entre sus manos, rígidas como tenazas.
-¡Qué modo de sufrir! -gimió Sonia.
-Bueno, ¿qué debo hacer? Habla -dijo el joven, levantando la
cabeza y mostrando su rostro horriblemente descompuesto.
-¿Qué debes hacer? -exclamó la muchacha.
Se arrojó sobre él. Sus ojos, hasta aquel momento bañados en
lágrimas, centellaron de pronto.
-¡Levántate!
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 512