Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Pero que esta humillación que hoy ha sufrido usted, señorita, le
sirva de lección para el futuro. Daré el asunto por terminado y las
cosas no pasarán de aquí.
Piotr Petrovitch miró de reojo a Raskolnikof, y las miradas de
ambos se encontraron. Los ojos del joven llameaban.
Catalina Ivanovna, como si nada hubiera oído, seguía abrazando
y besando a Sonia con frenesí. También los niños habían rodeado
a la joven y la estrechaban con sus débiles bracitos.
Poletchka,
sin
comprender
lo
que
sucedía,
sollozaba
desgarradoramente, apoyando en el hombro de Sonia su linda
carita, bañada en lágrimas.
-¡Qué ruindad! -dijo de pronto una voz desde la puerta.
Piotr Petrovitch se volvió inmediatamente.
-¡Qué ruindad! -repitió Lebeziatnikof sin apartar de él la vista.
Lujine se estremeció (todos recordarían este detalle más
adelante), y Andrés Simonovitch entró en la habitación.
-¿Cómo ha tenido usted valor para invocar mi testimonio? -dijo
acercándose a Lujine.
Piotr Petrovitch balbuceó:
-¿Qué significa esto, Andrés Simonovitch? No sé de qué me
habla.
-Pues esto significa que usted es un calumniador. ¿Me entiende
usted ahora?
Lebeziatnikof había pronunciado estas palabras con enérgica
resolución y mirando duramente a Lujine con sus miopes ojillos.
Estaba furioso. Raskolnikof no apartaba la vista de la cara de
Andrés Simonovitch y le escuchaba con avidez, sin perder ni una
sola de sus palabras.
Hubo un silencio. Piotr Petrovitch pareció desconcertado, sobre
todo en los primeros momentos.
-Pero ¿qué le pasa? -balbuceó-. ¿Está usted en su juicio?
-Sí, estoy en mi juicio, y usted..., usted es un miserable... ¡Qué
villanía! lo he oído todo, y si no he hablado hasta ahora ha sido
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