Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Sonia miró en todas direcciones y sólo vio semblantes terribles,
burlones, severos o cargados de odio. Dirigió una mirada a
Raskolnikof, que estaba en pie junto a la pared. El joven tenía los
brazos cruzados y fijaba en ella sus ardientes ojos.
-¡Dios mío! -gimió Sonia.
-Amalia Ivanovna -dijo Lujine en un tono dulce, casi acariciador-,
habrá que llamar a la policía, y le ruego que haga subir al portero
para que esté aquí mientras llegan los agentes.
-Gott der harmberzige! -dijo la señora Lipevechsel-. Ya sabía yo
que era una