Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
ocasión de convencerse de que ella no había nacido para vivir
como vivía. Catalina Ivanovna tenía la intención de explicarles
todo esto en la mesa, hablándoles también de las funciones de
gobernador desempeñadas en otros tiempos por su padre. Y
entonces, de paso, les diría que no había motivo para que le
volviesen la cabeza cuando se cruzaban con ella y que tal
proceder era sencillamente ridículo.
También faltaba un grueso teniente coronel (en realidad no era
más que un capitán retirado), pero se supo que estaba enfermo y
obligado a guardar cama desde el día anterior.
En fin, que sólo asistieron, además del polaco, un miserable
empleadillo, de aspecto horrible, vestido con ropas grasientas, que
despedía un olor nauseabundo y, por añadidura, era mudo como
un poste; un viejecillo sordo y casi ciego que había sido empleado
de correos y cuya pensión en casa de Amalia Ivanovna corría a
cargo, desde tiempo inmemorial y sin que nadie supiera por qué,
de un desconocido; un teniente retirado, o, mejor dicho,
empleado de intendencia...
Este último entró del modo más incorrecto, lanzando grandes
carcajadas. ¡Y sin chaleco!
Apareció otro invitado, que fue a sentarse a la mesa
directamente, sin ni siquiera saludar a Catalina Ivanovna. Y,
finalmente, se presentó un individuo en bata. Esto era demasiado,
y Amalia Ivanovna lo hizo salir con ayuda del polaco. Éste había
traído a dos compatriotas que nadie de la casa conocía, porque
jamás habían vivido en ella.
Todo esto irritó profundamente a Catalina Ivanovna, que juzgó
que no valía la pena haber hecho tantos preparativos. Por temor a
que faltara espacio, había dispuesto los cubiertos de los niños no
en la mesa común, que ocupaba casi toda la habitación, sino en
un rincón sobre un baúl. Los dos más pequeños estaban sentados
en una banqueta, y Poletchka, como niña mayor, había de cuidar
de ellos, hacerles comer, sonarlos, etc.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 465