Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
cómicos. ¡Je, je! Me parece que era Gogol el escritor que se
distinguía por esta misma aptitud.
-Sí, era Gogol.
-¿Verdad que sí? Bueno, hasta que tenga el gusto de volverle a
ver.
Raskolnikof volvió inmediatamente a su casa. Estaba tan
sorprendido, tan desconcertado ante todo lo que acababa de
suceder, que, apenas llegó a su habitación, se dejó caer en el
diván y estuvo un cuarto de hora tratando de serenarse y de
recobrar la lucidez. No intentó explicarse la conducta de Nicolás:
estaba demasiado confundido para ello. Comprendía que aquella
confesión encerraba un misterio que él no conseguiría descifrar,
por lo menos en aquellos momentos. Sin embargo, esta
declaración era una realidad cuyas consecuencias veía claramente.
No cabía duda de que aquella mentira acabaría por descubrirse, y
entonces volverían a pensar en él. Mas, entre tanto, estaba en
libertad y debía tomar sus precauciones ante el peligro que
juzgaba inminente.
Pero ¿hasta qué punto estaba en peligro? La situación empezaba
a aclararse. No pudo evitar un estremecimiento de inquietud al
recordar la escena que se había desarrollado entre Porfirio y él.
Claro que no podía prever las intenciones del juez de instrucción
ni adivinar sus pensamientos, pero lo que había sacado en claro le
permitía comprender el peligro que había corrido. Poco le había
faltado para perderse irremisiblemente. El temible magistrado,
que conocía la irritabilidad de su carácter enfermizo, se había
lanzado a fondo, demasiado audazmente tal vez, pero casi sin
riesgo. Sin duda, él, Raskolnikof, se había comprometido desde el
primer momento, pero las imprudencias cometidas no constituían
pruebas contra él, y toda su conducta tenía un valor muy relativo.
Pero ¿no se equivocaría en sus juicios? ¿Qué fin perseguía el juez
de instrucción? ¿Sería verdad que le había preparado una
sorpresa? ¿En qué consistiría? ¿Cómo habría terminado su
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