Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
era el asesino. Al fin, el Senado aclaró el asunto y el infeliz fue
puesto en libertad, pero, de no haber intervenido el Senado, no
habría habido salvación para él. Pues bien, amigo mío, también a
usted se le puede trastornar el juicio si pone sus nervios en
tensión yendo a tirar del cordón de una campanilla al anochecer y
haciendo preguntas sobre manchas de sangre... En la práctica de
mi profesión me ha sido posible estudiar estos fenómenos
psicológicos. Lo que nuestro hombre siente es un vértigo parecido
al que impulsa a ciertas personas a arrojarse por una ventana o
desde lo alto de un campanario; una especie de atracción
irresistible;
una
enfermedad,
Rodion
Romanovitch,
una
enfermedad y nada más que una enfermedad. Usted descuida la
suya demasiado. Debe consultar a un buen médico y no a ese tipo
rollizo que lo visita... Usted delira a veces, y ese mal no tiene más
origen que el delirio...
Momentáneamente, Raskolnikof creyó ver que todo daba vueltas.
«¿Es posible que esté fingiendo? ¡No, no es posible!», se dijo,
rechazando con todas sus fuerzas un pensamiento que -se daba
perfecta cuenta de ello- amenazaba hacerle enloquecer de furor.
-En aquellos momentos, yo no estaba bajo los efectos del delirio,
procedía con plena conciencia de mis actos -exclamó, pendiente
de las reacciones de Porfirio Petrovitch, en su deseo de descubrir
sus intenciones-. Conservaba toda mi razón, toda mi razón, ¿oye
usted?
-Sí, lo oigo y lo comprendo. Ya lo dijo usted ayer, e insistió sobre
este punto. Yo comprendo anticipadamente todo lo que usted
puede decir. Óigame, Rodion Romanovitch, mi querido amigo:
permítame hacerle una nueva observación. Si usted fuese el
culpable o estuviese mezclado en este maldito asunto, ¿habría
dicho que conservaba plenamente la razón? Yo creo que, por el
contrario, usted habría afirmado, y se habría aferrado a su
afirmación, que usted no se daba cuenta de lo que hacía. ¿No
tengo razón? Dígame, ¿no la tengo?
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 423