Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
que la juventud que confía en su ingenio y que «franquea todos
los obstáculos», como usted ha dicho ingeniosamente, no quiere
tener en cuenta.
»Supongamos que ese hombre miente... Me refiero al hombre
desconocido de nuestro caso particular... Supongamos que
miente, y de un modo magistral. Como es lógico, espera su
triunfo, cree que va a recoger los frutos de su destreza; pero, de
pronto, ¡crac!, se desvanece en el lugar más comprometedor para
él. Vamos a suponer que atribuye el síncope a una enfermedad
que padece o a la atmósfera asfixiante de la habitación, cosa
frecuente en los locales cerrados. Pues bien, no por eso deja de
inspirar sospechas... Su mentira ha sido perfecta, pero no ha
pensado en la naturaleza y se encuentra como cogido en una
trampa.
»Otro día, dejándose llevar de su espíritu burlón, trata de
divertirse a costa de alguien que sospecha de él. Finge palidecer
de espanto, pero he aquí que representa su papel con demasiada
propiedad, que su palidez es demasiado natural, y esto será otro
indicio. Por el momento, su interlocutor podrá dejarse engañar,
pero, si no es un tonto, al día siguiente cambiará de opinión. Y el
imprudente cometerá error tras error. Se meterá donde no le
llaman para decir las cosas más comprometedoras, para exponer
alegorías cuyo verdadero sentido nadie dejará de comprender.
Incluso llegará a preguntar por qué no lo han detenido todavía.
¡Je, je, je...! Y esto puede ocurrir al hombre más sagaz, a un
psicólogo, a un literato. La naturaleza es un espejo, el espejo más
diáfano, y basta dirigir la vista a él. Pero ¿qué le sucede, Rodion
Romanovitch? ¿Le ahoga esta atmósfera tal vez? ¿Quiere que abra
la ventana?
-No se preocupe -exclamó Raskolnikof, echándose de pronto a
reír-. Le ruego que no se moleste.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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