Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
una repentina tristeza, se levantó y se acercó a Sonia. Ésta se
volvió a mirarle y vio que su dura mirada expresaba una feroz
resolución. El joven añadió-: Hoy he abandonado a mi familia, a
mi madre y a mi hermana. Ya no volveré al lado de ellas: la
ruptura es definitiva.
-¿Por qué ha hecho eso? -preguntó Sonia, estupefacta.
Su reciente encuentro con Pulqueria Alejandrovna y Dunia había
dejado en ella una impresión imborrable aunque confusa, y la
noticia de la ruptura la horrorizó.
-Ahora no tengo a nadie más que a ti -dijo Raskolnikof-. Vente
conmigo. He venido por ti. Somos dos seres malditos. Vámonos
juntos.
Sus ojos centelleaban.
«Tiene cara de loco», pensó Sonia.
-¿Irnos? ¿Adónde? -preguntó aterrada, dando un paso atrás.
-¡Yo qué sé! Yo sólo sé que los dos seguimos la misma ruta y que
únicamente tenemos una meta.
Ella le miraba sin comprenderle. Ella sólo veía en él una cosa:
que era infinitamente desgraciado.
-Nadie lo comprendería si les dijeras las cosas que me has dicho
a mí. Yo, en cambio, lo he comprendido. Te necesito y por eso he
venido a buscarte.
-No entiendo -balbuceó Sonia.
-Ya entenderás más adelante. Tú has obrado como yo. Tú
también has cruzado la línea. Has atentado contra ti; has
destruido una vida..., tu propia vida, verdad es, pero ¿qué
importa? Habrías podido vivir con tu alma y tu razón y terminarás
en la plaza del Mercado. No puedes con tu carga, y si permaneces
sola, te volverás loca, del mismo modo que me volveré yo. Ya
parece que sólo conservas a medias la razón. Hemos de seguir la
misma ruta, codo a codo. ¡Vente!
-¿Por qué, por qué dice usted eso? -preguntó Sonia, emocionada,
incluso trastornada por las palabras de Raskolnikof.
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 402