Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
Raskolnikof avanzaba, triste y preocupado. Sabia perfectamente
que había salido de casa con un propósito determinado, que tenía
que hacer algo urgente, pero no se acordaba de qué. De pronto se
detuvo y miró a un hombre que desde la otra acera le llamaba con
la mano. Atravesó la calle para reunirse con él, pero el
desconocido dio media vuelta y se alejó, con la cabeza baja, sin
volverse, como si no le hubiera llamado.
«A lo mejor, me ha parecido que me llamaba y no ha sido así»,
se dijo Raskolnikof. Pero juzgó que debía alcanzarle. Cuando
estaba a una decena de pasos de él lo reconoció súbitamente y se
estremeció. Era el desconocido de poco antes, vestido con las
mismas ropas y con su espalda encorvada. Raskolnikof lo siguió
de lejos. El corazón le latía con violencia. Entraron en un callejón.
El desconocido no se volvía.
«¿Sabrá que le sigo?», se preguntó Rodia.
El hombre encorvado entró por la puerta principal de un gran
edificio. Raskolnikof se acercó a él y le miró con la esperanza de
que se volviera y le llamase. En efecto, cuando el desconocido
estuvo en el patio, se volvió y pareció indicarle que se acercara.
Raskolnikof se apresuró a franquear el portal, pero cuando llegó al
patio ya no vio a nadie. Por lo tanto, el hombre de la hopalanda
había tomado la primera escalera. Raskolnikof corrió tras él.
Efectivamente, se oían pasos lentos y regulares a la altura del
segundo piso. Aquella escalera -cosa extraña- no era desconocida
para Raskolnikof. Allí estaba la ventana del rellano del primer piso.
Un rayo de luna misteriosa y triste se filtraba por los cristales. Y
llegó al segundo piso.
«¡Pero si es aquí donde trabajaban los pintores!»
¿Cómo no habría reconocido antes la casa...? El ruido de los
pasos del hombre que le precedía se extinguió.
«Por lo tanto, se ha detenido. Tal vez se haya ocultado en alguna
parte... He aquí el tercer piso. ¿Debo seguir subiendo o no? ¡Qué
silencio...!»
StudioCreativo ¡Puro Arte!
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