Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Hay que llevar cuidado -gruñó Rasumikhine.
Estas palabras las pronunció el estudiante cuando ya estaban en
la antesala. Porfirio Petrovitch acompañó amablemente a los dos
jóvenes hasta la puerta. Ambos salieron de la casa sombríos y
cabizbajos y dieron algunos pasos en silencio. Raskolnikof respiró
profundamente...
VI
No lo creo, no puedo creerlo -repetía Rasumikhine, rechazando
con todas sus fuerzas las afirmaciones de Raskolnikof.
Se dirigían a la pensión Bakaleev, donde Pulqueria Alejandrovna
y Dunia los esperaban desde hacía largo rato. Rasumikhine se
detenía a cada momento, en el calor de la disputa. Una profunda
agitación le dominaba, aunque sólo fuera por el hecho de que era
la primera vez que hablaban francamente de aquel asunto.
-Tú no puedes creerlo -repuso Raskolnikof con una sonrisa fría y
desdeñosa-; pero yo estaba atento al significado de cada una de
sus palabras, mientras tú, siguiendo tu costumbre, no te fijabas
en nada.
-Tú has prestado tanta atención porque eres un hombre
desconfiado. Sin embargo, reconozco que Porfirio hablaba en un
tono extraño. Y, sobre todo, ese ladino de Zamiotof... Tiene
razón: había en él algo raro... Pero ¿por qué, Señor, por qué?
-Habrá reflexionado durante la noche.
-No; es todo lo contrario de lo que supones. Si les hubiera
asaltado esa idea estúpida, lo habrían disimulado por todos los
medios, habrían procurado ocultar sus intenciones, a fin de poder
atraparte después con más seguridad. Intentar hacerlo ahora
habría sido una torpeza y una insolencia.
-Si hubiesen tenido pruebas, verdaderas pruebas, o suposiciones
nada más que algo fundadas, habrían procurado sin duda ocultar
su juego para ganar la partida... O tal vez habrían hecho un
StudioCreativo ¡Puro Arte!
Página 329