Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
sino cierta idea que deslizaba al final. Es lamentable que se
limitara usted a indicarla vaga y someramente... Si tiene usted
buena memoria, se acordará de que insinuaba usted que hay
seres que pueden, mejor dicho, que tienen pleno derecho a
cometer toda clase de actos criminales, y a los que no puede
aplicárseles la ley.
Raskolnikof sonrió ante esta pérfida interpretación de su
pensamiento.
-¿Cómo, cómo? ¿El derecho al crimen? ¿Y sin estar bajo la
influencia irresistible del miedo? -preguntó Rasumikhine, no sin
cierto terror.
-Sin esa influencia -respondió Porfirio Petrovitch-. No se trata de
eso. En el artículo que comentamos se divide a los hombres en
dos clases: seres ordinarios y seres extraordinarios. Los ordinarios
han de vivir en la obediencia y no tienen derecho a faltar a las
leyes, por el simple hecho de ser ordinarios. En cambio, los
individuos extraordinarios están autorizados a cometer toda clase
de crímenes y a violar todas las leyes, sin más razón que la de ser
extraordinarios. Es esto lo que usted decía, si no me equivoco.
-¡Es imposible que haya dicho eso! -balbuceó Rasumikhine.
Raskolnikof volvió a sonreír. Habia comprendido inmediatamente
la intención de Porfirio y lo que éste pretendía hacerle decir. Y,
recordando perfectamente lo que habia dicho en su artículo,
aceptó el reto.
-No es eso exactamente lo que dije -comenzó en un tono natural
y modesto-. Confieso, sin embargo, que ha captado usted mi
modo de pensar, no ya aproximadamente, sino con bastante
exactitud.
Y, al decir esto, parecía experimentar cierto placer.
-La inexactitud consiste en que yo no dije, como usted ha
entendido, que los hombres extraordinarios están autorizados a
cometer toda clase de actos criminales. Sin duda, un artículo que
sostuviera semejante tesis no se habría podido publicar. Lo que yo
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