Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Todavía me duele la cabeza. Consecuencia de los excesos de
anoche en tu casa -dijo a Rasumikhine alegremente, tono muy
distinto del que había empleado hasta entonces-. Aún estoy algo
trastornado.
-¿Resultó interesante la velada? Os dejé en el mejor momento.
¿Para quién fue la victoria?
-Para nadie. Finalmente salieron a relucir los temas eternos.
-Imagínate, Rodia, que la disputa había desembocado en esta
cuestión: ¿existe el crimen...? Ya puedes suponer las tonterías
que se dijeron.
-Yo no veo nada de extraordinario en ello -repuso Raskolnikof
distraídamente-. Es una simple cuestión de sociología.
-La cuestión no se planteó en ese aspecto -observó Porfirio.
-Cierto: no se planteó exactamente así -reconoció Rasumikhine
acalorándose, como era su costumbre-. Oye, Rodia, te ruego que
nos escuches y nos des tu opinión. Me interesa. Yo hacía cuanto
podía mientras te esperaba. Les había hablado a todos de ti y les
había prometido tu visita... Los primeros en intervenir fueron los
socialistas, que expusieron su teoría. Todos la conocemos: el
crimen es una protesta contra una organización social defectuosa.
Esto es todo, y no admiten ninguna otra razón, absolutamente
ninguna.
-¡Gran error! -exclamó Porfirio Petrovitch, que se iba animando
poco a poco y se reía al ver que Rasumikhine se embalaba cada
vez más.
-No, no admiten otra causa -prosiguió Rasumikhine con su
creciente exaltación-. No me equivoco. Te mostraré sus libros. Ya
leerás lo que dicen: «Tal individuo se ha perdido a causa del
medio.» Y nada más. Es su frase favorita. O sea que si la sociedad
estuviera bien organizada, no se cometerían crímenes, pues nadie
sentiría el deseo de protestar y todos los hombres llegarían a ser
justos. No tienen en cuenta la naturaleza: la eliminan, no existe
para ellos. No ven una humanidad que se desarrolla mediante una
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