Crimen y Castigo - Fiódor Dostoyewski
-Sí, un hombre excelente, instruido, perfecto -exclamó
Raskolnikof precipitadamente y animándose de súbito-. No
recuerdo dónde lo vi antes de mi enfermedad, pero sin duda lo vi
en alguna parte... Y ahí tenéis otro hombre excelente -añadió
señalando a Rasumikhine-. ¿Te ha sido simpático, Dunia?
-preguntó de pronto. Y se echó a reír sin razón alguna.
-Mucho -respondió Dunia.
-¡No seas imbécil! -exclamó Rasumikhine poniéndose colorado y
levantándose.
Pulqueria Alejandrovna sonrió y Raskolnikof soltó la carcajada.
-Pero ¿adónde vas?
-Tengo que hacer.
-Tú no tienes nada que hacer. De modo que te has de quedar. Tú
te quieres marchar porque se ha ido Zosimof. Quédate... ¿Qué
hora es, a todo esto? ¡Qué preciosidad de reloj, Dunia! ¿Queréis
decirme por qué seguís tan callados? El único que habla aquí soy
yo.
-Es un regalo de Marfa Petrovna--dijo Dunia.
-Un regalo de alto precio -añadió Pulqueria Alejandrovna.
-Pero es demasiado grande. Parece un reloj de hombre.
-Me gusta así.
«No es un regalo de su prometido», pensó Rasumikhine,
alborozado.
-Yo creía que era un regalo de Lujine -dijo Raskolnikof. -No,
Lujine todavía no le ha regalado nada.
-¡Ah!, ¿no...? ¿Te acuerdas, mamá, de que estuve enamorado y
quería casarme? -preguntó de pronto, mirando a su madre, que
se quedó asombrada ante el giro imprevisto que Rodia había dado
a la conversación, y también ante el tono que había empleado.
-Sí, me acuerdo perfectamente.
Y cambió una mirada con Dunia y otra con Rasumikhine.
-¡Bah! Hablando sinceramente, ya lo he olvidado todo. Era una
muchacha enfermiza -añadió, pensativo y bajando la cabeza- y,
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